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28 abril 2008

EMBALAJES


Imagen: "Cárcel de hielo", de Kayla (Flickr)
Enfrascados en una amena tertulia, la otra tarde valorábamos un grupo de compañeros la posición que la Psiquiatría ocupa dentro de las actuales especialidades médicas, como si todavía hoy no terminase de encontrar su espacio definido. Los psiquiatras clínicos se quejan con razón, porque tienen que trabajar con pacientes que nunca presentan signos, sino más bien síntomas. Además, en la mayoría de las ocasiones, pueden resultar inespecíficos. Pero el avance de las técnicas diagnósticas poco a poco se va extendiendo también a su intrincado campo asistencial. Conseguirá el desarrollo de una psiquiatría más biologicista, genética y molecular, si se me permiten estas licencias. Tal vez, todo este proceso termine en un retorno a los orígenes, y los psiquiatras del futuro se vuelvan a convertir en neuropsiquiatras, un híbrido profesional a medio camino entre el médico teórico, exégeta e intuitivo, el alienista clásico experto en el estudio de la enfermedad mental, y aquel otro científico embarcado en la apasionante aventura del descubrimiento de las causas físicas y químicas de cada trastorno mental.

Para terciar en la porfía, sostiene el especulativo Aloysius que la Psiquiatría es la más joven de las especialidades médicas. Diversas corrientes teóricas, desde el psicoanálisis a la antipsiquiatría, pasando por los catálogos de enfermedades (tipo CIE o DSM) han podido contribuir a cierta indefinición pragmática. Se defiende a capa y espada que el acceso a la estructura y funcionamiento cerebral no resulta técnicamente sencillo. Y por último, como el ecuánime Rey Salomón, tampoco se convierte en el valedor de las corrientes puramente genetistas y hereditarias, pues el influjo del medio ambiente en la salud y en la enfermedad humanas resulta indudable.

Postula mi inquietante amigo que, a partir de ahora, busquemos la respuesta en el embalaje, en el envoltorio de nuestros genes, en lo que los expertos denominan epigenética; en otras palabras, en los cambios reversibles de nuestro ADN que hacen que unos genes se expresen o no, según las influencias del medio ambiente. Los cromosomas, esos bastoncillos fundamentales en los que se almacena la mayor parte de nuestra información genética, en cierta manera estarían cubiertos por la denominada capa epigenética, una estructura crucial para el desarrollo de determinadas enfermedades causadas por mutaciones, como por ejemplo algunos cánceres, ciertas enfermedades mentales (esquizofrenia), implicada también en el crecimiento, en el envejecimiento y en las sutiles diferencias entre gemelos idénticos.

Existe en el Japón un arte tradicional del empaquetado. Se llama Otsutsumi. No es que desde estas líneas estemos proponiendo que se le preste más atención al continente que al contenido, pero en medicina, como en tantas otras cosas de la vida, todavía nos queda mucho que aprender. Y no olvidemos que el envoltorio, si es coqueto, siempre ha mejorado el regalo.

22 abril 2008

MEDICOS ENFERMOS


"Wings of life": imagen de bossbob50 (Flickr)
A principios de los 90, se estrenó en nuestro país una película protagonizada por el versátil actor norteamericano William Hurt. Se titulaba “El Doctor” y su directora era Randa Haines. En este film, Hurt interpretaba el papel del Dr. Jack MacKee, un afortunado galeno cuya vida convulsiona drásticamente cuando le diagnostican un cáncer de laringe. A partir de ese preciso instante, comienza a ver la medicina desde el insospechado punto de vista del enfermo, comenzando su largo peregrinar por diferentes servicios hospitalarios en la procura de un diagnóstico y un tratamiento. Me informa el muy leyente Aloysius que esta ficción cinematográfica está basada en un libro, quizás hoy en día descatalogado, titulado discursivamente “Un poco de mi propia medicina: cuando el médico se convierte en paciente”. Fue escrito por el Dr. Edward Rosenbaun, relatando sus propias experiencias como paciente.

En estos días, he descubierto las historias de dos magníficos compañeros. Con sus comportamientos ejemplares, como médicos y pacientes, se han convertido en el paradigma de todo lo que el ser humano aspira a ser. El primero de ellos se llama Carlos Cristos, afectado por una enfermedad neurológica degenerativa denominada Atrofia sistémica múltiple, incurable, mortal. Es un gallego de Vigo, de apenas 47 años, que desde hace años ha ejercido, al igual que tantos paisanos nuestros, su labor asistencial lejos de la tierra natal. Polifacético, médico de familia, músico, piloto de vuelo libre, montañero y colaborador radiofónico, decidió dejar para la posteridad su magnífico testamento vital en la película “Las alas de la vida” (Gorgos Films). A partir de una idea original del propio médico enfermo, la película ha sido realizada por el director Antoni P. Canet, resultando galardonada en varios festivales cinematográficos.

La segunda historia la protagoniza el Dr. Albert Jovell, presidente del Foro Español de Pacientes, otro joven gran médico comunicador, cuyas colaboraciones habituales podemos encontrar en diversos medios de comunicación. Autor reciente del libro “Cáncer. Biografía de una supervivencia”, ha quedado convertido en el fiel relato de sus vivencias como afectado por tan desesperante enfermedad. Con poco más de 40 años, dice el Dr. Jovell que nació bajo el signo de cáncer y que se ha acostumbrado a convivir con dicha patología, primero, porque fue padecida por sus antecesores, y más tarde, por él mismo. El cáncer no es una enfermedad, sino tres: la física, que hiere el cuerpo, la psicológica, que aflige el espíritu, y la social, la más grave de todas, cuyo nombre es soledad.


La literatura (y el cine), en la vida de Carlos y de Albert, se han erigido en armas de fenomenal potencia para abordar con serenidad el final de sus días. Sostiene Aloysius que a todos nos ha de llegar la hora, pero, alcanzado tan trascendental momento, experiencias semejantes como las de los que nos han precedido, a buen seguro servirán como bálsamo reconfortante. Y es que, hasta de la enfermedad y de la muerte, debemos aprender algo.

14 abril 2008

LO BUENO DE LO MALO


IMAGEN: "GERMS!!" de Germ (en Flickr)

De visita en el Trinity College de Dublín, me encontré al atardecer con una concurrida feria de libros usados, una de tantas de las que los alumnos realizan para recaudar fondos para algún viaje de estudios. Por dos euros adquirí “The Emperor´s New Mind”, del mítico Roger Penrose, un tocho de 600 páginas en la edición de Oxford University Press de 1989, que trata sobre computadores, la mente y las leyes de la Física; por ahí lo tengo aparcado, para leerlo cuando los estorninos regresen a Auriavella. Mucho más económico resultó “Man againts germs”, de A.L. Baron, apenas cincuenta céntimos de euro por una edición original de 1958, un personal viaje por el mundo de los gérmenes.

Sostiene el pasteurizado Aloysius que la Microbiología es una de las especialidades médicas más apasionantes. El otro día, un paciente con la nariz atrampada por un incipiente catarro primaveral, colérico despotricaba contra virus y bacterias. Le di la razón parcialmente, porque esas formas de vida son mucho más antiguas como habitantes en este planeta que nuestra presuntuosa especie humana. Tras recetarle paracetamol genérico, le conté esta historia protagonizada por el Bacillus cereus.

Este peculiar germen, capaz de reproducirse mediante esporas, está implicado como agente causal en determinadas intoxicaciones alimentarias, pues desde el suelo es capaz de infectar la leche, las cremas, los cereales y determinados postres, como por ejemplo los flanes. Su originalidad infectiva radica en su habilidad para fabricar toxinas específicas, una diarreica y la otra emética, causante de vómitos. Su período de incubación es relativamente corto, pues los primeros síntomas de la enfermedad aparecen entre 4 y 16 horas tras la ingesta del alimento por él contaminado.

Sin embargo, soluciones líquidas con concentraciones estandarizadas de Bacillus cereus, son empleadas por los técnicos para restaurar el daño producido en las piedras arquitectónicas. Y todo ello gracias a la facultad de esta bacteria para sintetizar carbonato cálcico, un reparador natural de las superficies minerales. Asiente circunspecto Aloysius porque él mismo, durante su última visita veraniega a su cofrade Quasimodo, observó cómo unos especialistas empleaban este método para recomponer las maravillosas construcciones pétreas de la Catedral de Nôtre-Dame, en París.

Esta historia no figura en el libro del Dr. Baron. Ni tampoco la del Dr. Brotzu, profesor de Bacteriología de la Universidad de Cagliari, que observó que las aguas de esa bahía se mantenían libres de bacterias patógenas, a pesar de los bañistas y de las aguas fecales allí vertidas. En 1948, aisló en las mismas el hongo Cephalosporium acremoniun, productor de un potente antibiótico de la familia que hoy en día conocemos como cefalosporinas.

08 abril 2008

HOMO GRAVIDUS


PÓSTER de "JUNIOR"

Sin haber pisado Atapuerca en su vida, solar patrio donde acaban de descubrir los restos del europeo más antiguo por el momento, sostiene el inefable Aloysius que, en pleno siglo XXI, el homo gravidus ha venido a sustituir en la escala evolutiva al homo sapiens, de la misma manera que en su día éste sucedió al homo erectus. Y es que alguno de sus compinches lo traen abombado preguntándole cómo es posible que un hombre se quede embarazado. Le recuerdan aquel montaje que hace unos años protagonizó el controvertido artista japonés Lee Mingwei.

Pero vayamos por partes. Para que una gestación sea posible, es necesaria la ortodoxia corporal masculina y femenina, pero sobre todo esta última, porque el hombre, de momento, apenas aporta unos cuantos millones de diminutos gametos cabezones flagelados. En el caso de la hembra, además de un adecuado y específico ambiente hormonal, es necesario un aparato genital en buen funcionamiento: vagina receptiva, útero en estado óptimo, trompas de Falopio permeables y ovarios con capacidad suficiente para producir óvulos. Y todo ello en consonancia con el sexo genético de cada individuo que, salvo estados patológicos, en la mujer es XX y en el hombre XY.

Por su especial biología, el varón podrá disfrutar de una mayor o menor potentia coeundi, pero nunca estará dotado de potentia generandi o capacidad gestante. Por ello el cacareado embarazo del transexual Thomas Beatie (nacido Tracy Lagordino – sexo XX) se trata de una gestación femenina en toda regla. Con la ayuda de complejas técnicas reproductivas, el equipo médico que lo trata ha conseguido que sus gonadas y su útero vuelvan a funcionar, revirtiendo el estado hormonal (androgenización) que en su día, junto a la mastectomía, le hizo adquirir caracteres sexuales secundarios masculinos: sin senos y con barba.

Psicológicamente, Thomas desde siempre se sintió un hombre atrapado en un cuerpo de mujer. Por ello decidió cambiar de sexo: físico y civil. Pero también conservó la integridad de su aparato genital femenino, y como su pareja era estéril, Thomas decidió emprender su particular aventura. De esta manera, ocho años después de su última menstruación, Thomas adquirió semen congelado en un banco de esperma para que su esposa se lo introdujera en el útero mediante una larga jeringuilla. Ahora ambos esperan una niña, y esta historia continúa…

Muy diferente es el caso de Sanjú Bhagat, ciudadano hindú de Nagpur. En 1999, los médicos decidieron operarle porque presentaba una enorme tumoración abdominal. Imagínense la tremenda sorpresa del equipo quirúrgico cuando encontraron en el interior de Sanjú el cuerpo de un bebé. Se trataba de un hermano gemelo inviable, un excepcional ejemplo de la rarísima malformación denominada fetus in feto; en otras palabras, una gestación gemelar en la que un embrión puede desarrollarse en el interior de su propio hermano.

Señores, llega el buen tiempo. Cuidado con las barrigas mondongueras y cerveceras… Pueden inducir a engaño.