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31 marzo 2013

EL EFECTO MARIPOSA




Las tardes de tormenta dan para mucho más de lo que uno se piensa. El repentino aguacero provocó que un circunspecto Aloysius tuviera que quedarse en casa. Aprovechó esa circunstancia para ponerme al día sobre un artículo especializado en el cual unos matemáticos australianos se han atrevido a rebatir, en tan solo 2 páginas, la teoría del Caos y el Efecto Mariposa del insigne Robert L. Devaney, que en 1985 definió matemáticamente el caos de un sistema. 

El meteorólogo Edward N. Lorenz fue uno de los pioneros en la defensa de la Teoría del Caos, observando que en las predicciones del tiempo atmosférico pequeñas variaciones conducían a resultados totalmente divergentes. 

No se asusten. Nos explicaremos para se animen a seguir leyendo. En términos generales, este efecto así poéticamente denominado hace referencia a una sencilla circunstancia: el suave batir de las alas de una mariposa en un extremo de este planeta sería capaz de provocar una hecatombe en su extremo opuesto.

Recordé algunas aplicaciones de esta teoría en el ámbito sanitario. Hace tiempo leí que una sencilla identificación colocada en las historias clínicas de los pacientes de un centro de salud, consistente en una pegatina que estableciera su condición de fumador, había sido capaz de implicar a la mayoría de los profesionales en una campaña de actuaciones encaminadas a que dichos pacientes abandonasen un hábito tan pernicioso para su salud. Y es que el consejo médico resulta indispensable en cualquier intervención para el tratamiento y la prevención del tabaquismo, y encima ha demostrado ser eficaz, aunque modestamente, en todas las revisiones de Medicina Basada en la Evidencia. 

Pero también existe un efecto que nos atreveríamos a denominar “mariposa inverso”: ambiciosos programas diseñados exclusivamente desde el ámbito de la gestión sanitaria, sin tener en cuenta la opinión y la colaboración de los profesionales, han devenido en sonoros fracasos.

En la Historia de la Medicina existen múltiples anécdotas similares. Dicen que Sir Alexander Fleming fue un científico doblemente afortunado. Primero, porque descubrió la penicilina por casualidad, al contaminarse unos cultivos bacterianos con un hongo procedente de la tierra de unas plantas que adornaban su laboratorio. Por si fuera poco, el día que este investigador se dispuso a probar su descubrimiento con animales de experimentación, las cobayas se habían agotado. Entonces tuvo que echar mano de unos sufridos ratones de laboratorio, y así se inició el uso terapéutico de tan peculiar antibiótico. Pero ¿qué hubiese ocurrido si en lugar de ratones hubiera empleado cobayas? Pues que hoy en día no dispondríamos de penicilina, al ser ésta tóxica y mortal para esta especie. 

Quizás el aleteo de una anónima mariposa hubiera sido capaz de derramar una ínfima cantidad de tierra sobre los cultivos bacterianos del Dr. Fleming. Y si no fue así, bien lo pudo haber sido. A esto, los matemáticos le llaman literatura.



23 marzo 2013

LA DIETA MEDITERRÁNEA




Una de estas últimas tardes de primavera lluviosa, permanecí dos horas y media encerrado en una sala con doce expertos en el tratamiento de las complicaciones ocasionadas por la diabetes mellitus tipo II, para muchos una auténtica epidemia que azotará a la humanidad durante este siglo XXI. 

Cuánto se aprende con tan solo escuchar a los que atesoran grandes conocimiento y demostrada experiencia. Y no lo digo en referencia al inescrutable Aloysius, al que tuve que soportar estoicamente durante el regreso a casa. Cuando lo dejé frente al portal de su casa, se volvió hacia mí para preguntarme en qué grupo de médicos me encuadraba: en el de los que intentan evitar que sus prójimos fallezcan totalmente enfermos o más bien en el formado por aquellos otros empeñados en que éstos abandonen ente mundo completamente sanos. 

Quiero suponer que su puyazo se armó en un convencimiento particular, pues en el tratamiento de muchas enfermedades, como por ejemplo la diabetes, no intervienen solamente los fármacos, sino que determinadas medidas preventivas como una dieta saludable, no fumar y la práctica regular de ejercicio adaptado a las posibilidades físicas y económicas de cada uno, resultan esenciales.

Ya me han escuchado afirmar en otras ocasiones que somos lo que comemos, pero también lo que comieron nuestros antepasados. En este sentido, acaba de ver la luz el estudio PREDIMED, valorando el efecto de la dieta mediterránea en la prevención primaria de la enfermedad cardiovascular. Y ha venido a iluminar con potencia cuestiones ampliamente debatidas en los cuidados sanitarios. Conocíamos la llamada paradoja mediterránea: ante el indudable valor que una alimentación rica en pescados, frutas, verduras, aceite de oliva en dosis generosas y escasa en el consumo de carnes rojas aporta en la prevención del infarto de miocardio e ictus, podíamos constatar que las provincias españolas con una mayor mortalidad cardiovascular se localizan precisamente en este área geográfica.

El PREDIMED es un ensayo clínico aleatorizado de intervención dietética que pretende averiguar si este tipo de alimentación, suplementada con aceite de oliva virgen o frutos secos, podría evitar en individuos de alto riesgo la aparición de complicaciones cardiovasculares mayores (muerte de origen cardiovascular, infarto de miocardio y/o accidente vascular cerebral), en contraposición a una dieta baja en grasas. 

Adicionalmente se consideraron otras variables secundarias, como la incidencia de insuficiencia cardíaca, diabetes, cáncer, deterioro cognitivo y otras enfermedades neurodegenerativas. La principal conclusión de este estudio ha sido claramente favorable al valor preventivo de la dieta mediterránea suplementada, más eficaz a la hora de prevenir las complicaciones cardiovasculares mayores que aquella baja en grasas. 

Además de buena, por los resultados, bonita, por su valor cultural ancestral, resulta que la dieta mediterránea también es barata. Tomamos nota.


  

17 marzo 2013

CONECTADOS, PERO SOLOS



Para darme la otra tarde, el vengativo Aloysius me contó un cuento repleto de desesperanza. Durante décadas, en lugar de vivir su vida, un hombre se dedicó a almacenar en un ordenador todos sus recuerdos favoritos: las películas que le extasiaron o le hicieron llorar, las fotografías familiares, las de paisajes y las de hermosos animales, algunos ya extinguidos, las de las mujeres a las que amó, pública o anónimamente, aquellos relatos que le apasionaron o le hicieron pensar, los libros que comenzó y que nunca consiguió acabar, los poemas de la alegría pero también de la tristeza, y millares de canciones, grabaciones musicales que poco a poco habían conformado la banda sonora de su vida. Una vez estimó finalizada su tarea, se encerró en una morada lejana, para revivir todo lo que tan cuidadosamente había acumulado, así, en solitario, hasta el final de sus días. 

El otro día recordé esa desafortunada historia mientras pedaleaba unos kilómetros ficticios sobre una bicicleta sin ruedas, anclada al suelo del gimnasio. Algunos de los que me acompañaban en aquellas máquinas impasibles se aislaban del entorno mediante unos auriculares. Para aliviar el sufrimiento provocado por tanto estiramiento muscular, imaginé que cada prójimo se concentraba en un torrente de recuerdos que alcanzaba sus cerebros a través de aquellos dichosos cables. La misma vida revivida una y otra vez. 

No porto en el gimnasio dispositivos electrónicos capaces de distraerme de mi esfuerzo y de la observación de lo que ocurre a mi alrededor. Por culpa de ese defecto, cuando viajo en tren nunca leo un libro, pues prefiero contemplar el paisaje cruzando veloz ante mi indiscreta mirada. A causa de esa incapacidad, nada consigue distraerme en cualquier vuelo que dure algo más de una hora.

Mientras enjugaba el sudor que me chorreaba por la frente, repasé en la memoria un artículo recientemente leído sobre el desconectivismo, una teoría filosófica que defiende que en la era de la hiperconectividad, los seres humanos se encuentran más solos que nunca. El fin del mundo en el que fui criado no ha venido determinado por las profecías apocalípticas de los mayas, Nostradamus o el irlandés San Malaquías, sino por el ocaso de nuestra singular manera de comunicarnos. Hoy, para vivir, apenas necesitamos de los demás. Nuestra existencia ya no precisa ser cooperativa ni mutuamente beneficiosa. Tenemos mil veces más amistades en Facebook que los dedos de una mano, los suficientes para contar los amigos de verdad. Contactamos a diario con decenas de personas, pero de una manera esquiva y superficial. Nosotros, y aquellos que nos sobrevendrán, rechazamos las relaciones personales para concentrarnos en redes sociales, dispositivos electrónicos y aplicaciones que alimentan nuestra soledad, mientras existimos cada vez más rodeados por nuestros semejantes. 

Decía Kurt Vonnegut que un humanista es aquel que tiene gran interés por los seres humanos; ergo mi perro es un humanista. Hace años que los canes, incómodas mascotas vivas que comen, cagan y mean, fueron sustituidos por unos juguetes mecánicos llamados Furbys...



Pero estos ingenios orejudos poco a poco fueron dejando paso a otros más actuales, amuletos sencillos con forma de patata que se llaman Pou, una segunda oportunidad para aquellos que dejaron morir a su Tamagotchi...


Tranquilos. Son asépticos y viven en sus teléfonos móviles. Incluso, algún día, llegarán a ser entrañables, en un planeta superpoblado llamado Soledad.




04 marzo 2013

DORMIR O NO: ESE ES EL DILEMA




Decía Obelix: están locos estos romanos. Hoy Aloysius parafrasea al orondo galo y afirma: son paradójicos estos humanos. La historia del pensamiento es la historia de la contradicción, repleta está de tesis y antitesis, de no por mucho madrugar amanece más temprano y de a quién madruga Dios le ayuda, de estudios que demuestran que dormir la siesta es pernicioso para la salud y de otros que parecen demostrar todo lo contrario.

Sea como fuere, los trastornos del estado del sueño constituyen una patología frecuente en las consultas de atención primaria. El insomnio puede afectar a un 20% de nuestros prójimos, aunque las cifras son muy variables de unos estudios a otros. En lo que sí coinciden es que afecta más a las mujeres que a los hombres. Cuando aparece desde la infancia o en la adolescencia, suele representar un problema para la salud familiar en general, aunque en algunas de estas ocasiones tengamos que movernos en la delgada línea roja que separa lo normal de lo patológico.

Una de las causas que provoca más alteraciones en la cantidad y calidad del sueño es el trabajo a turnos y el trabajo nocturno. Estas circunstancias obligan al individuo en cuestión a un proceso de adaptación nada sencillo; por un lado, deberá habituar su organismo a un sistema distante de la ortodoxia de los ritmos circadianos, nuestro reloj biológico, directamente relacionados con diferentes hormonas (tiroideas, suprarrenales, estradiol, las que controlan los ciclos ovárico y menstrual, la renina…) Por otro lado, estos trabajadores deberán aclimatarse también a entornos hostiles, intentando dormir por ejemplo durante el día, cuando el ruido ambiental o la luminosidad se convierten en dificultades adicionales a la hora de conciliar un sueño reparador.

Por si todo esto no fuera lo suficientemente pernicioso, la revista Science Translational Medicine ha publicado recientemente un estudio dirigido por de O.M. Buxton, de la Universidad de Harvard (EEUU), donde el trabajo nocturno está relacionado con un mayor riesgo de padecer diabetes y obesidad. La alteración de los ciclos de sueño-vigilia afectaba directamente a las células pancreáticas encargadas de secretar insulina. De la misma manera, la reducción metabólica basal provocaba que estos individuos pudieran adquirir anualmente unos 5 kilogramos de más. Pero lo más llamativo de este estudio fue que si las condiciones adversas para el sueño revertían a la normalidad, en apenas nueve días los trastornos del metabolismo se normalizaban. Indudablemente, el descanso mejora nuestra calidad de vida. El Dr. Erol Fikring, epidemiólogo de la Universidad de Yale, demostró en un trabajo publicado en Inmunity que el éxito de nuestro sistema inmune a la hora de combatir una enfermedad depende de un ritmo circadiano de 24 horas.

Pues ya lo saben. Intenten dormir y descansar bien. Su salud va en ello. Y no sólo eso. Un grupo de científicos de la Universidad de Berkeley (EEUU) ha demostrado que dormir poco y mal nos hace más egoístas y ariscos. Ya lo decía Calderón de la Barca, la vida es sueño. Nosotros le damos la vuelta a la tortilla y afirmamos que el sueño es vida.