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29 abril 2019

MEDICINA E IMPRESIÓN 3D



Recuerdo con afecto y nostalgia una impresora de margarita que allá, a finales de los años 80 del pasado siglo, me sirvió de gran ayuda para escribir y publicar mi tesis doctoral. Nada que ver con las impresoras 3D contemporáneas, unas máquinas que todavía despiertan mi incredulidad, a pesar de llevar varios años en el mercado. 

Y es que en 2015 un fármaco llamado Levetiracetam®, empleado para el tratamiento de la epilepsia, tuvo el honor de ser el primer fármaco sintetizado mediante impresión tridimensional. Los expertos defienden esta metodología, pues permitiría a los médicos recetar dosis más precisas y personalizadas a sus pacientes, según sus particulares características. 

Comentaba a propósito la otra tarde el Dr. Pedro Martínez Seijas, cirujano oral y maxilofacial con dilatada experiencia en el manejo de esta tecnología, que las disciplinas que mayores beneficios están reportando son la industria del automóvil, la aeroespacial, la enseñanza y la medicina, donde se han producido ilusionantes avances en los campos de la fabricación de prótesis, la creación de tejidos que pudieran sustituir la piel de los quemados y grandes heridos, por ejemplo, e incluso en la obtención de órganos como el corazón o el riñón. 

Recientes experimentos han desvelado sus resultados, como los micro-riñones artificiales de la Universidad de Connecticut (Estados Unidos), una esperanzadora alternativa a la todavía compleja diálisis renal, o el diminuto corazón obtenido con impresión 3D a partir de tejido humano, dotado de todas sus cavidades y vasos, y que sus creadores en la Facultad de Ciencias George S. Wise de la Universidad de Tel Aviv (Israel) estiman que en 10 años seremos capaces de obtener órganos humanos completos, perfectamente funcionales y útiles para reemplazar los naturales que hayan sido deteriorados por las enfermedades y el envejecimiento. 

Pero no todo será un camino de rosas. Los elevados costes de la impresión 3D van a exigir ineludiblemente la colaboración público – privada para poder generalizar su uso. Aunque ciertamente innovadora y espectacular, no debemos olvidarnos que se trata de una herramienta transversal al servicio de los médicos para el tratamiento de diversas patologías. 

Resulta indispensable la colaboración de equipos formados por múltiples profesionales, desde ingenieros hasta médicos de diferentes especialidades, donde los especialistas en técnicas de imagen tienen y tendrán un papel esencial, tanto como la gestión por procesos y la selección de los casos que mayores beneficios podrán obtener con la aplicación práctica de la impresión 3D. Cirujanos de todas las especialidades, radiólogos, traumatólogos y cardiólogos, por poner unos ejemplos, poco a poco se irán familiarizando con una técnica que ya hoy es medicina del futuro.

06 abril 2019

EL VALOR DE LA SALUD



Albert de Sicília Llanas i Castells (1841 - 1915)
Retratado por Ramón Casas i Carbó
Museu Nacional D´Art de Catalunya

Se le atribuye al periodista y comediógrafo catalán Albert de Sicilia Llanas i Castells (1841 – 1915) una frase comercial sobre la salud que nos ha llamado la atención. Dice así: “la salud de nuestro cuerpo la gastamos al por mayor; más, una vez perdida, la compramos al por menor”. Inmediatamente acudió a mi memoria aquellas otras reflexiones del escritor francés Michel Tournier (1924 – 2016), publicadas en su libro “El espejo de las ideas” (Editorial Acantilado, Barcelona 2000) en alusión al filósofo y médico Georges Canguilhem (1904 – 1995), para el cual la salud representa un superávit de recursos que nos permite, como seres vivos, responder a las infidelidades del medio ambiente. Para el Dr. Canguilhem, gozar de buena salud sería poder abusar impunemente de nuestra propia salud. Por el contrario, la enfermedad y la muerte sobrevienen cuando ya no queda margen para el derroche y las exigencias del medio ambiente cambian o se incrementan. 

En esta misma línea de pensamiento, sostiene el ínclito Aloysius que nuestra salud se parece a una cuenta bancaria. Cuando gastamos más recursos de los que disponemos, a buen seguro acabaremos en números rojos. En algunas ocasiones, esta situación es reversible. La genética o el medio (incluyendo la atención sanitaria) nos inyectan recursos, y por eso se resuelven nuestras enfermedades. Pero en otras, cuando irremediablemente alcanzamos la ruina, nos encontraremos un poco más cerca del final de nuestros días. Este planteamiento, si bien simplista, puede resultar muy ilustrativo porque en el fondo coincide con las máximas propuestas por Albert Llanas, Michel Tournier y Georges Caguilhem, entre otros. 

En 1974, el político laborista canadiense Marc Lalonde (1924), por aquel entonces ministro de Sanidad, propuso su revolucionario informe sobre la Salud Pública, donde la salud y la enfermedad no se encuentran relacionados únicamente con factores biológicos (las enfermedades infecciosas, por ejemplo), sino que el peso determinante de todo el proceso recae sobre factores socio-económicos. 

Desarrollando sus postulados, el ministro Lalonde llegó a la conclusión de que tanto la salud individual como la comunitaria se encuentran menos influenciadas por las intervenciones sanitarias (servicios médicos, avances terapéuticos, complejidad hospitalaria…) y mucho más por las decisiones personales que adoptamos  sobre nuestro propio estilo de vida y nuestros condicionamientos culturales, sociales y económicos. 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de publicar su último  informe anual sobre Estadísticas de la Salud en el Mundo, alertando que los ciudadanos disponen de 18 años menos de esperanza de vida en los países pobres que en los desarrollados. Entonces ¿cuál es el verdadero valor de nuestra salud?