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31 octubre 2014

ENFERMEDADES DEL ALMA


Por aquello de la inmediatez y la premura, sostiene Aloysius que el vertiginoso ritmo de la sociedad moderna sólo nos permite prestarle atención a las enfermedades del cuerpo. En lengua inglesa, la palabra physician designa a la par a médicos y doctores, distinguiendo esta profesión de contacto permanente con lo físico, con lo material, aunque esto solamente sea lo exterior del cuerpo humano, del otro vocablo surgeon, cirujano, el especialista en seccionar y suturar, capaz de hurgar entre vísceras y entrañas en la procura de una sanación, cruenta, pero incondicionalmente física.

Hace décadas, el cuerpo teórico de la medicina superó la famosa dicotomía cuerpo – alma. Con los descubrimientos y avances en neurociencias, existe un mapa cerebral cada vez más preciso que representa aquello que nuestros predecesores denominaron cualidades y virtudes del alma.

Decía Albert Camus, del que acabamos de releer “La peste”, que nunca es agradable estar enfermo, pero que hay ciudades y países que nos sostienen en la enfermedad, lugares en los que, en cierto modo, uno puede confiarse. Porque los enfermos necesitan a su alrededor blandura, apoyarse en algo. Y para el adalid de la Filosofía del absurdo, este requisito es algo natural.

Por suerte, me ha tocado trabajar en hospitales y en centros de salud, en pueblos y en ciudades. He escuchado las cuitas de pacientes jóvenes y ancianos, de mujeres y hombres, de afectados por patologías más o menos graves graves, desde prójimos prácticamente sanos hasta dolientes terminales. Pero, en todos los casos, para poder prestarles adecuada asistencia sanitaria, me resultó imprescindible la orientación holística de su enfermedad. 

¿Hasta dónde alcanza el amparo protector de la bata blanca de los médicos? ¿Cuándo esta albura de sus uniformes muda en una sobriedad más propia hábitos sacerdotales? ¿Cuántos acuden cada día a las consultas demandando palabras más eficaces que el más certero de los medicamentos?

Pronto nos habituaremos a manejar terapias genéticas y tratamientos individualizados que hasta hace muy poco tiempo solamente soñábamos. Quizás seamos capaces de vencer al cáncer, doblegando una por una sus fornidas patas y tenazas. Tal vez sinteticemos la vacuna perfecta, que nos permita combatir cualquier enfermedad infecciosa. O fabricar una píldora maravillosa que aleje de nosotros todo mal capaz de deteriorar nuestras arterias y venas, o erradicar el hambre y la malnutrición en el mundo.

Pero para conseguir cualquiera de estas utopías, debemos también rechazar la soledad, la más contemporánea de las enfermedades, la tristeza, la depresión, la insolidaridad, pues son éstas patologías del alma que provocan tanto sufrimiento como la más enconada de las heridas, como el dolor más recalcitrante y refractario. Dicen que decía Albert Camus que la enfermedad es el opresor más temible. Intentemos pues, borrar las huellas de tamaña tiranía.


17 octubre 2014

GUERRA BIOLÓGICA


Por definición, toda clasificación resulta tremendamente subjetiva. Existe un catálogo en particular que no ha conseguido eludir este axioma: las 15 películas más polémicas de la historia del cine. Para su elaboración, los autores escogieron una serie de características especiales: la exhibición de una excesiva e injustificable violencia, el sexo explícito y no artístico, o el abuso de un lenguaje soez e inadecuado. Encabezada por “Saló o los 120 días de Sodoma” (Pier Paolo Pasolini, 1976), un film difícilmente soportable por su desmesurada crudeza incluso hoy en día, por una humanidad que parece libre de espantos. 

En segundo lugar figura “Los hombres detrás del sol” (Tun Fei Mou, 1988), una cinta producida en Hong Kong, y que relata un cúmulo de indescriptibles torturas cometidas por los japoneses en un remoto campo de concentración chino durante la 2ª Guerra Mundial. Esta cinta tiene un fundamento real, pues muestra las felonías cometidas por el Escuadrón 731, un programa encubierto para la investigación y desarrollo de armas biológicas. Realizaron experimentos con civiles chinos, mongoles, coreanos y rusos, pero también con prisioneros de guerra estadounidenses y europeos. Intencionadamente, desataron epidemias de cólera, carbunco y peste bubónica, responsables de la muerte de unos 400000 ciudadanos chinos. 

La Unión Soviética tampoco se quedó atrás. De fundación más tardía (mediados de los 70), bajo la sutil denominación de Biopreparat, encubría el mayor aparato de guerra biológica en aquel país, una extensa red de funestos laboratorios secretos, cada cual especializado en un agente mortal distinto: peste bubónica, viruela, Ébola, y cómo no, carbunco.

Detengámonos por un instante en el Bacillus anthracis, el agente causal de esta última enfermedad. Las teorías conspirativas sobre la génesis artificial del virus Ébola deberían tener en mayor consideración a este bacilo capaz de reproducirse mediante esporas y de vivir en ausencia de oxígeno. A diferencia del dichoso virus, cuyo contagio exige el estrecho contacto con la sangre o las secreciones del enfermo, el Bacillus anthracis es capaz de vivir en el suelo, donde desarrolla sus esporas. 

Aunque su reservorio son los cadáveres de los animales infectados, también sobrevive en los terrenos contaminados por las heces o las secreciones de los animales afectados. De esta manera, puede infectar productos como la lana o el pienso. Además, tiene la capacidad de producir toxinas, capaces por sí mismas de provocar el envenenamiento del infectado. Sus cepas más virulentas son tan peligrosas porque son capaces de contagiar a los humanos mediante el contacto directo con los animales infectados o con sus productos (lana, pieles); pero también son vehiculados por insectos como los mosquitos, pueden penetrar por vía digestiva, al consumir carnes contaminadas, y sobre todo, por vía respiratoria tras la inhalación de sus esporas.

Mientras la humanidad entera se ha puesto en alerta para combatir la reciente epidemia de Ébola, tal vez en determinados laboratorios impenetrables alguien podría sentirse tentado en reavivar las perversidades del Escuadrón 731 o de Biopreparat. Quizás esa red de maldad todavía no tenga un nombre. Ahí siguen los cuchillos, no para matar, sino para cortar el pan.

11 octubre 2014

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL ÉBOLA



Cuando comenzamos a escribir estas líneas, el número de víctimas mortales causado por el virus Ébola en África supera ya los cuatro millares. Y no para de crecer. Mientras tanto, en España, la auxiliar Teresa Romero lucha por superar los síntomas causados por esta misma enfermedad, después de contagiarse por error o por accidente, prestando cuidados al médico misionero Manuel García Viejo. Teresa se ofreció voluntaria para ese trabajo. Admirable generosidad la suya. 

Antes de fallecer y ser incinerado, el hermano Manuel había dedicado la mayor parte de su vida a los más necesitados. A las puertas del humilde hospital de Mabesseneh, en Lunsar (Sierra Leona) los trabajadores celebran el fin de la cuarentena que durante tres semanas los mantuvo aislados, por culpa del Ébola. Desde aquellas sombrías estancias partió el religioso enfermo para nunca más volver. Siempre me han llamado la atención este tipo de historias. 

Está claro que el amor al prójimo es el motor que mueve a muchas personas de robustas creencias cuando toman una decisión de semejante calibre, partiendo hacia las tierras más lejanas para intentar auxiliar a los que nada tienen. Pero también admiro profundamente a esa otra legión de compañeros sanitarios, seglares miembros o no de organizaciones no gubernamentales, que quizás sin sentir el impulso de la devoción, un buen día envuelven en sus bártulos su sabiduría y toman exactamente la misma determinación.

El pasado 6 de octubre, navegando por Twitter, descubrí en la cuenta del polifacético Ian Bremmer, experto estadounidense en Ciencias Políticas, una viñeta harto significativa: varios ciudadanos de color padecen encamados la devastación del Ébola, rodeando un lecho en el que un enfermo de raza blanca es el único objeto de atención de los medios de comunicación. 

Sostiene Aloysius que, con esta epidemia, en Europa y Estados Unidos, estaríamos pagando el peaje por décadas de abandono y olvido de las necesidades más básicas, económicas, sociales y sanitarias, en muchos países del África Subsahariana. Pensar que, tal y como ocurrió en el pasado en Gabón, República Democrática del Congo (antiguo Zaire), Sudán y Uganda, la actual epidemia causada por el virus Ébola quedaría circunscrita a los cuatro puntos cardinales de Guinea, Liberia y Sierra Leona, ha demostrado ser una tremenda ingenuidad.


Es la hora de las conjeturas. Hemos leído todo tipo de hipótesis sobre esta enfermedad, desde las más increíbles a las más plausibles. La eutanasia practicada a Excalibur, el perro de Teresa y Javier, ha provocado encendidos debates en las redes sociales. Como en tantas ocasiones el cine, una vez más, superó la realidad.

La afamada “Pretty Woman” Julia Roberts, en un reciente papel más cercano a la realidad, el de la Dra. Brookner en la serie televisiva “The Normal Heart” (2014), que narra los albores del SIDA en la comunidad gay de Nueva York, anclada en su silla de ruedas por las secuelas de la polio, intenta consolar a uno de sus pacientes recordándole: “en el pasado, la poliomielitis mató a millares de personas; hoy en día, a nadie”.



Con la esperanza y el deseo de la recuperación de Teresa Romero, esperamos ese día, cuando el virus del Ébola ya no pueda exterminar a ninguna persona.