CREA, INVENTA, IMAGINA... ¡NO COPIES!

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21 junio 2012

ANIS DEL MONO





Entre otras muchas cualidades, Badalona es famosa por albergar la sede del prestigioso Club Joventut de Baloncesto, más familiarmente conocido como La Penya, y las centenarias destilerías de Anís del Mono. Respecto a esta segunda circunstancia, los partidarios y los detractores de una peculiar teoría se reparten más o menos al 50%.

Si ustedes observan con detenimiento la etiqueta de esta bebida podrán observar un primate con una particular fisonomía humanoide, los unos sostienen que para ridiculizar la teoría de la evolución de Charles Darwin, los otros, al contrario, que para ensalzarla pues el dibujo del mono en cuestión sostiene en sus manos un pergamino que reza “es el mejor; la ciencia lo dijo y yo no miento”. Sea como fuere, es verdad que el primate tiene un rostro en el que podrían adivinarse los rasgos del autor de “El Origen de las especies”.

En el siglo XIX dio comienzo un debate (que todavía continúa) entre los creacionistas defensores del origen divino de la especie humano, y los evolucionistas, día a día recopilando pruebas que demuestren la relación parental entre simios y humanos. A su favor cuentan que en los últimos años la genética ha aportado evidencias definitivas que algunos estudiosos del pasado ya intuyeron a partir de la mera observación de los fósiles y los esqueletos de los primates.

El paradójico Aloysius me acaba de remitir una información referente a las últimas publicaciones que han visto la luz en la página web de la “Fundación para la Razón y la Ciencia”, promovida por el científico Richard Dawkins, donde se explica cómo las comunidades de Homo erectus subsistieron en su época tal y como lo hacen en la actualidad los babuinos (papio hamadryas), en un trabajo firmado por Larissa Swedell y Thomas Plummer, del Queens College de la Universidad de Nueva York. Parece ser que la influencia del medio ambiente resultó transcendental, pues en ambos casos estas especies tuvieron que adaptarse a unas condiciones de extrema sequía.

Los babuinos sagrados egipcios ocupan en la actualidad un territorio que se extiende desde el Cuerno de África hasta la Península Arábiga. Organizan sus existencia en cuatros grupos o estratos. La tropa está formada por un centenar de ejemplares que de noche duermen juntos como guardia disuasoria ante los depredadores, y durante el día se dividen en grupos más reducidos, tratando de acceder al escaso forraje en aquellos pagos. El grupo más pequeño está formado por un macho adulto o por varias hembras al cuidado de sus crías. Estas unidades familiares suelen asociarse en clanes con estrechos vínculos familiares. Finalmente, varios clanes se reúnen en una banda que comparte un territorio común. ¿Les suena a ustedes algo de todo esto?

Los cambios climáticos ocurridos hace millones de años, en plena etapa evolutiva del Homo erectus, favorecieron la aparición de grupos aislados que durante el día se procuraban el sustento, y de otros grupos mayoritarios, encargados de la defensa y la seguridad nocturnas. En los grupos limitados, a cambio de la protección, los machos obtuvieron una posición predominante para asegurar la perpetuación de la especie. A su vez, las hembras mayores, ineficaces para la reproducción, desempeñaron un papel primordial en la vigilancia de las crías.

La ciencia lo dice… y yo no miento.


17 junio 2012

PAPEL




Trepando loma arriba, la camioneta detuvo el traqueteo frente a la finca de Doña Joaquina, en plena mancha de una sombra que a aquella hora medraba entre dos acacias rojas, preñadas de flores. El patrón se bajó resoplando, con el cigarro en peligroso equilibrio entre sus labios resecos. Aunque todavía era temprano el calor ya comenzaba a apretar. De la trasera saltaron dos mulatos macilentos, como activados por un resorte.

Doña Joaquina, bata y rulos, saludó al patrón con un poco amistoso – menos mal, que ya eran horas – e hizo chirriar para los peones la vieja cancilla de la entrada. Los chicos descargaron el género: un lavabo, un espejo, tres sacos de cemento cola, una bañera con patas doradas, que por instante centellearon al sol antes de apagarse definitivamente, y un retrete completo, con su cisterna.

Doña Joaquina, que había pasado dos meses durmiendo ininterrumpidamente un sueño poliédrico, dicen los vecinos que por la picadura de un insecto tornasolado, no parecía tan fiera como la pintaban. Cuando se enteró por el teléfono, por fin, que le traían el encargo para su nuevo cuarto de baño, desde primera hora de la mañana mantuvo fresca una jarra de limonada para obsequiar a los obreros.

Los mulatos depositaron la mercancía en el centro del patio. Entraron en la  cocina en fila india tras el patrón, que se sacudía de la pechera la ceniza del cigarro. Doña Joaquina repartió vasos y servilletas, sirviendo generosos chorros de limonada con una jarra de vidrio amarillo.

En plena cháchara, cuando más distraídos todos estaban, la perra ladró tres veces y entonces escucharon una vocecita infantil que chillaba:

-      - Papel… Papel… ¡Papeeeeeel!…

La negrita de la esquina, espeso enredo de rizos y cintas de colores, con las braguitas bajadas y los pies colgando en el aire había decidido estrenar el flamante váter de Doña Joaquina.

16 junio 2012

NÉMESIS



Uno comienza a desnudarse por este orden: la chaqueta, que deja en el colgador; después, la camisa, y se pasa la mano por el torso desnudo, como si quisiera alisarlo; a continuación, los pantalones, que dobla cuidadosamente por las costuras y los deposita en el respaldo de la silla, evitando que el ruido de las monedas se esparza por los suelos. Por último los zapatos: primero los cordones; segundo, con la puntera pisa los talones y ya está descalzo. Los calcetines son gris marengo y no tienen agujeros, de pura casualidad. La enfermera le da una bata de hospital, cerrada por delante y abierta por detrás, atuendo ridículo que le deja con el culo al aire, mejor hubiera sido un poncho de algodón.

Le ayudan a acostarse en el banco, como a los cerdos en el matadero: delante, más para adelante, un poco más, bien, procure no moverse, sujete este timbre, la prueba va a durar unos 20 minutos, no se alarme por el ruido. Trata de concentrarse en la claridad lechosa que desprende el techo translúcido mientras el campo magnético va alineando los átomos de hidrógeno del agua de su cuerpo, tú aquí, tú allí, sus núcleos atómicos resuenan y piensa que peor hubiera sido si le doliera la cabeza y los médicos tuvieran que buscar un tumor dentro de su sesera.

Comienza el concierto, crujidos, música electrónica industrial. La sección rítmica se escucha lejana, al fondo de la habitación donde reposa inmóvil prisionero en un grande anillo metálico. Un pie invisible parece pisar un chaston, insistentemente. Para espantar el nerviosismo se concentra en la marca del aparato, con sus letras trata de construir otras palabras: meses, y le sobran letras, semen, y le siguen sobrando, Némesis y ya no le sobran, aquella diosa que escapó de Zeus transformándose en diversos animales, hasta que el cisne pilló a la oca y engendró a Helena de Troya, y él, inmóvil como un cadáver magnético, y entonces comienza a picarle rabiosamente una mejilla y no puede rascarse, y el picor se hace más intenso, y trata de concentrarse en otras cosas para que se le pase, y entonces se le duerme la planta de un pie y percibe un cosquilleo extraño en los confines de su cuerpo. Sus átomos continúan imantándose y enviando la información a otra parte de la máquina que los traduce en imágenes digitales, según la transformada de Fourier discreta, y tiene ganas de voltear la cabeza para comprobar si la enfermera sigue estando allí y si sus ojos son del color de la miel, como los de Helena de Troya.

Las letras plateadas han dejado de brillar, si es que lo hicieron alguna vez, y entre los acordes del ruido cree descubrir fragmentos sintéticos de SPK, así llamados en honor del Colectivo Socialista de Pacientes, médicos y medicina son los enemigos y el capitalismo una enfermedad, y quisiera estar de nuevo en Heidelberg comiendo cerezas, o en Copenhague olfateando el mar una tarde de verano.


Termina el concierto con una fanfarria chirriante, pero el chaston continua, machacón, obstinado, mientras de nuevo se restaura el orden en los campos magnéticos.

Uno comienza a vestirse por este orden: primero, los pantalones, que se estremecen al contactar la piel con el popelín, después, la camisa, y le pasa la mano por encima, para alisarle las arrugas, a continuación los zapatos, y entrelaza los cordones para que no se desaten. Por último, la chaqueta, que alguien había colgado en la parte alta de la puerta. El resultado en siete días, a la espera de la ortodoxia de los órganos y tejidos corporales.

Un joven con los brazos tatuados aguarda su turno, apoyado en unas muletas. Alguien le ha vestido con una bata de hospital, cerrada por delante y abierta por detrás, ropaje grotesco que le deja con el culo al aire, mejor le hubieran dado un poncho de algodón. Él, sin mirarme, está pensando lo mismo. En breves instantes comenzará en su honor otro concierto nuclear.

13 junio 2012

1, 2, 3... CLONANDO, CLONANDO



Confieso que la clonación de la oveja Dolly me provocó grande estupor; desde entonces he escrito diversas divagaciones sobre el tema. En una de ellas, me manifesté favorable a la clonación de los linces y de los mamuts, en el primero de los casos para salvar a un felino actualmente en vías de extinción, hágase extensivo este ejemplo para todas las demás especies en similares circunstancias, y en el segundo de ellos, precisamente para intentar la recuperación de aquellos gigantescos paquidermos extinguidos hace más o menos 3000 años, si bien existen serias dudas sobre la capacidad técnica para conseguir semejante hazaña y sobre la oportunidad ética de resucitar a un animal cuyo hábitat también ha desaparecido, convirtiéndolo en una sofisticada atracción de feria. Como los dinosaurios de “Parque Jurásico” (Steven Spielberg, 1993), más o menos.

A finales del pasado siglo XX, me cautivó la lectura de “Vuelta al Edén. Más allá de la clonación en un mundo feliz” (Editorial Taurus), el polémico libro de Lee M. Silver, Catedrático de Biología Molecular de la prestigiosa Universidad de Princeton (Nueva Jersey, EEUU). Me fascinó especialmente el concepto de reprogenética, la posibilidad de “diseñar la vida de formas que eran inimaginables hasta hace pocos años”. 

El Dr. Silver opinaba que en un futuro no muy lejano la manipulación genética será inevitable e imposible de controlar por los gobiernos ni la sociedad, ni siquiera por los científicos que la hayan empleado. Fascinante y perturbador a la vez. Algunos padres, con suficiente poder económico, podrían dotar a sus descendientes con una estructura genética que les hiciera inmunes a múltiples enfermedad infecciosas actuales, al cáncer, al asma o a la diabetes, por ejemplo, pero también para que fueran más inteligentes, más fuertes y mejores deportistas. 

Serían humanos enriquecidos genéticamente, una especie diferente del actual homo sapiens. En la gran pantalla, la película “Gattaca” (Andrew Niccol, 1997) se basaba en una línea argumental de semejantes características.

En junio de 2003, el controvertido filósofo utilitarista Peter Singer, en su día punta de lanza del movimiento que exige un trato ortodoxo para los animales, se manifestó favorable a la modificación genética en aras de conseguir la felicidad del ser humano. Teniendo en el punto de mira tal anhelo ancestral, la procura de la felicidad, me asaltan serias dudas sobre la ética de la clonación de un hombre de Neandertal, tal y como han propuestos algunos investigadores.

En 2010, científicos alemanes del Instituto Max Planck consiguieron secuenciar el genoma de estos homínidos, empleando de fragmentos de su ADN recuperados a partir de huesos encontrados en Croacia, con una antigüedad de 38000 años. En teoría, sería más fácil clonar a uno de ellos que a un mamut, pues este embrión de Neandertal podría desarrollarse perfectamente dentro del útero alquilado a su madre Homo sapiens.

Y ahora piensen por un momento; aunque tal hazaña científica fuera posible, ¿cómo afrontaría ese ser un mundo completamente distinto al que en su día fue habitado por sus semejantes? ¿Podría sobrevivir él o ella a nuestras enfermedades actuales? Sostiene Aloysius que sería inmoral y cruel experimentar así para generar tamaña infelicidad. 

10 junio 2012

MEDICINA PSICODÉLICA



"Brainbow hippocampus"
Tamily A. Weissman
Nature 450, 56-62 (1 November 2007)


Algunos de mi quinta, aunque por juventud no disfrutamos en directo del apogeo de la cultura psicodélica, hemos escuchado hasta la saciedad el “Norwegian Wood (This bird has flown)” de The Beatles, incluido en el fabuloso “Rubber Soul” junto con “Michelle”, una de mis favoritas, la discografía completa de The Doors y los primeros álbumes de Pink Floyd, cuando todavía funcionaba la dinamo del malogrado ingenio de Syd Barrett. 

Engañamos nuestras miradas recreándonos en los colores del arte psicodélico, caleidoscópicos, fractales, fosfénicos, orientales, y leímos algunas páginas de “Las puertas de la percepción” de Aldous Huxley, el de “Un mundo feliz”, ese que tanto nos hace falta ahora.

La medicina psicodélica se inició con el descubrimiento de la dietilamina del ácido lisérgico, más popularmente conocida como LSD. Ocurrió en 1938 en los laboratorios Sandoz de Basilea, fruto del trabajo del químico Albert Hoffmann; como otros hallazgos ocurridos en la historia de la medicina, el propio investigador descubrió los efectos de esta droga, después de modificarse accidentalmente una muestra en su laboratorio. Tras probar el fármaco, la experiencia repleta de alucinaciones fue aterradora y espectacular, relatada por el propio Hoffmann con todo lujo de detalles. 

Durante las décadas de los 50 y 60 se investigaron los posibles usos terapéuticos del LSD en terapia psicoanalítica, como tratamiento del alcoholismo e incluso como analgésico para enfermos terminales de cáncer.

Aunque el término psicodélico se debe al psiquiatra británico Humphry Osmond, que se refirió así a este tipo de sustancias en una carta escrita al mismísimo Aldous Huxley, la figura de Timothy Leary y su encarnizada defensa del uso lúdico de esta droga dio origen a todo un fenómeno contracultural. Sostiene el malicioso Aloysius que en 1953, el Dr. Osmond le había proporcionado a Huxley varias dosis de mescalina (alcaloide del peyote), y que de aquel colocón nació la inspiración para escribir “Las puertas de la percepción”.

Sea como fuere, las drogas psicodélicas han tenido mala prensa, a pesar de que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ratificó en 1971 el uso de algunas de ellas con finalidades científicas y médicas. En 2010, el Dr. Franz Vollenweider y otros investigadores de la Unidad de Neuropsicofarmacología del Hospital Psiquiátrico Universitario de Zurich, propusieron retomar el uso de sustancias psicotrópicas como el LSD, la ketamina o la psilocibina para el tratamiento de ciertos tipos de depresión, trastornos compulsivos y malestar crónico.

La todopoderosa Food and Drug Administration (FDA) de EEUU aprobó el empleo de psilocibina en el tratamiento de pacientes en fase terminal, para aliviar el sufrimiento psicológico causado ante la proximidad de la muerte. También se comenzó a usar la ibogaina como catalizador y se retomaron las investigaciones con LSD para el tratamiento del alcoholismo por un grupo de investigadores noruegos, una vía terapéutica abandonada entre 1966 y 1970.

Con una finalidad ansiolítica y a enfermos terminales de cáncer, prestigiosos centros médicos les están administrando diferentes sustancias de este tipo (incluso MDMA o éxtasis) para paliar la depresión y la angustia de aquellos prójimos que se encuentran a un paso de la muerte.

01 junio 2012

LATIDOS


Después de tantos años de silencio, Keith recibió un escueto mensaje en su correo electrónico:

- Siempre te he llevado en mi corazón. Te quiero. Flack.

Y entonces pensó dubitativamente:

- Espero que haya sido en el nódulo sinusal, donde nacen los latidos...