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07 septiembre 2013

LA GUERRA CONTRA LA MALARIA



Destaca el sagaz Aloysius el eufónico nombre de esta patología, “mal aire”, que sirvió en un principio para designar una enfermedad típica de las tierras húmedas y pantanosas. Varias especies de un parásito denominado plasmodio vienen asociándose desde al menos 50000 años con las hembras de los mosquitos Anopheles para infectar y enfermar a los seres humanos, con grande y letal éxito. 

También conocida como paludismo, los últimos datos oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos alertan de 219 millones de casos de malaria y 660000 muertes acaecidas a nivel mundial durante el pasado año 2012. En la actualidad, esta enfermedad infecciosa continúa cebándose con la población infantil del África subsahariana, Asia y Sudamérica. 

El plasmodio es especialmente escurridizo, dificultando la consecución de una vacuna y de los medicamentos efectivos. En este aspecto, las inversiones realizadas en el tratamiento de la malaria crecieron desde los 85 millones de euros de 1993 hasta los 429 millones de 2009. Hoy en día, existen simultáneamente 50 vías abiertas en la investigación farmacológica contra el paludismo. Sólo 10 países, entre los que se encuentra España, representan el 90% del montante económico total de las donaciones de fondos públicos para luchar contra la malaria.

La lucha para la erradicación de los mosquitos representa el segundo frente en esta crucial contienda. En este sentido, se han desarrollado diferentes estrategias para combatir las larvas del insecto en las aguas estancadas, su hábitat natural. Los larvicidas han demostrado gran utilidad, siempre y cuando las ciénagas a tratar resulten accesibles y las larvas se encuentren en sus estados más primitivos. También resulta efectiva la pulverización de los interiores de las casas con insecticidas de larga duración y el empleo de mosquiteros tratados con estos productos químicos. 

Uno de ellos fue el polémico DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano), prohibido por sus efectos perniciosos para los humanos y el medio ambiente. Pero, todavía hoy, la polémica se mantiene viva. Algunos científicos e investigadores afirman sin dudar que el DDT permitió la erradicación de la malaria en zonas endémicas europeas, como Italia y Grecia, y en otras latitudes más lejanas como la India, Sri Lanka o Bangladesh, donde se han constatado importantes disminuciones en el número de casos de esta enfermedad.

Del total de las inversiones económicas realizadas en la lucha contra la malaria, el 38% se viene dedicando a la procura de nuevos fármacos, el 28% a las vacunas, el 23% se destina a la investigación básica, el 4% a productos químicos para mantener a raya al mosquito Anopheles y un 1% a modernas técnicas de diagnóstico. Los expertos consideran que, para avanzar realmente en este terreno, las inversiones en insecticidas deberían multiplicarse por 4. 

Esperemos, optimistas, el desarrollo de productos buenos, bonitos y baratos, respetuosos con el medio ambiente y las especies de insectos apreciados, como por ejemplo las abejas, y cómo no, con nuestros prójimos. No vayamos a perder la última gran batalla de una guerra que viene durando algo más de 500 siglos.


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