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03 marzo 2006

TRASPLANTA - 2



Un tanto compungido porque han finalizado los carnavales estoy preparando una caja de inmaculados pañuelos blancos para llorar desconsolado en el entierro de la sardina.

Escribió un día el poeta Rafael Pérez Estrada:

“y todos los otoños (el ave nostálgica) pone un huevo diminuto tallado a manera de lágrima, cuyo sabor – si la crueldad osa probarlo – recuerda mucho a las iniciales de los pañuelos perdidos en los viejos arcones”.

Tienen mucha coña las iniciales bordadas en los moqueros; creo que la marca Kleenex ® está trabajando ya en ello. Pañuelos de papel de usar y tirar a modo de valiosos órganos humanos de usar y tirar: se deterioran (porque así lo determinan nuestra genética o nuestros hábitos) y después se acude a un taller de trasplantes para que nos coloquen uno nuevo. Ojalá todo fuera tan sencillo; a lo mejor en un futuro no muy lejano..., pero de momento no.

Por casualidades de la vida, estos días pasados de fiesta y máscaras me han contado unas historias especialmente emotivas de pacientes trasplantados.


Un veterano trasplantado cardiaco, cuando comenzaba a despertar de la anestesia y cobraba realidad su habitación del hospital, lo primero que pensó era si su flamante corazón albergaría los mismos sentimientos que tenía antes de operarse. Le atenazaba dicha intriga porque imagínese usted que se despertase con la sensibilidad del donante a flor de piel. Y es que ya decía Platón que el cuerpo humano es el carruaje, el yo el hombre que lo conduce, el pensamiento son las riendas y los sentimientos los caballos.

Tampoco hay mal que por bien no venga. Mientras esperaba impaciente la llegada de un nuevo corazón que le salvase la vida, un enfermo bajó a la cafetería del hospital para acompañar a su mujer en el que tal vez fuera uno de sus últimos desayunos juntos. Al pasar por delante del quiosco se le ocurrió comprar un billete de lotería. Antes de entrar al quirófano se lo entregó a su esposa, recomendándole encarecidamente que lo mantuviera a buen recaudo. Horas más tarde se recuperaba de una compleja intervención de trasplante cardíaco y unos días después le tocaron 50 kilos (de los de antes) en la lotería.

Otro trasplantado cardíaco se jactaba de su nueva buena salud; decía que si le hicieron falta 53 años de excesos con la dieta y centenares de paquetes de tabaco fumados para deteriorar completamente su propio corazón, con los debidos cuidados médicos y una vida saludable su nueva máquina conseguiría hacerle rebasar la centena de años.

En los últimos tiempos he conocido a muchos otros trasplantados: de riñón, de hígado, de corazón, de médula ósea. Todos tienen una particular visión de la vida que nos ha tocado vivir. No debe resultar nada fácil celebrar dos cumpleaños sabiendo que para que tú vivas a otro le ha tocado morir primero.


Pregúntenle a mi amigo Crónicus (trasplantado de riñón) si acaso no opina lo mismo que Charles Baudelaire: la vida es un hospital donde cada enfermo está poseído por el deseo de cambiar de cama.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me da que no es mi caso...