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13 marzo 2016

MI HERMOSA LAVANDERIA


Éste es el título de una exitosa película de los años 80, por otra parte década sumamente reivindicada en la actualidad, con los británicos Hanif Kureishi como guionista y Stephen Frears como director. Por cierto, Frears vino al mundo en Leicester, una ciudad enclavada en el centro de Inglaterra y cuyo equipo de fútbol puede dar este año la gran campanada en la Premier League. Acabo de descubrir en Ourense un nuevo local social. Se trata de una hermosa lavandería que funciona con monedas y que la verdad parece estar teniendo muy buena aceptación entre nuestros vecinos. 

La otra tarde, mientras me quedaba ensimismado contemplando la fuerza centrífuga de una de aquellas máquinas, me preguntaba cuántas horas de investigación habrían hecho falta para conseguir una lavadora tan perfecta. Hasta en los detalles más simples y sencillos vivimos rodeados por los avances de la ciencia y la tecnología. Y entonces vinieron a mi memoria los procesos de desarrollo farmacológico capaces de diseñar las modernas insulinas que cada día permiten mantener el control de la enfermedad y mejorar la calidad de vida de los diabéticos.


Al igual que los fabricantes industriales procuran ingenios capaces de lavar y secar en poco más de media hora 15 kilogramos de ropa sucia, ahorrando agua y energía, empleando además productos químicos biodegradables respetuosos con el medio ambiente, los laboratorios farmacéuticos invierten interminables horas de esfuerzo procurando medicamentos cada vez más eficientes. Además de la satisfacción profesional el éxito económico también resulta un poderoso aliciente. En los últimos años, la ingeniería genética ha permitido sintetizar insulinas recombinantes a partir de bacterias, mamíferos y vegetales, algo que hace unos años, incluso dentro de las facultades de Medicina, sonaría a ciencia ficción. 

¿Y cuáles serían las características de esa insulina supuestamente perfecta, la más parecida a la secretada en condiciones normales por las células beta de nuestro páncreas? Si les preguntamos a los diabéticos seguramente nos responderán que lo ideal sería no tener que pinchársela. Ha habido intentos para lograrlo (insulina intranasal) y quizás en un futuro muy cercano pueda conseguirse una insulina de ingesta oral. 

Pero centrándonos en la realidad, sería muy interesante disponer de insulinas que minimizasen el riesgo de hipoglucemias, los temidos bajones de azúcar que provocan tanto daño a estos enfermos, que fueran flexibles en sus horarios de inyección, máxime en un mundo globalizado en donde el tiempo para recorrer grandes distancias resulta más breve a cada instante. Y por supuesto un perfil plano y eficaz, que le asegure al paciente diabético que va a conseguir el mismo efecto terapéutico con cada dosis inyectada. La centrifugadora acaba de terminar. Ahora toca recoger la ropa.

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