Hace un tiempo anunciábamos
desde este mismo espacio las investigaciones del Profesor Bryan Sykes, de la
Universidad de Oxford, que intentaban desentrañar el origen de los actuales
europeos. Según las huellas del ADN mitocondrial, precisamente el heredado en
exclusiva por vía materna, todos procedemos de las llamadas Siete Evas, una de
ellas originaria de la Península Ibérica. También comentábamos la posibilidad
de conocer a cual de estos siete primigenios clanes pertenecemos.
Los
interesados solamente tienen que consultar la página web de la empresa “Oxford
Ancestors” (www.oxfordancestors.com).
El ADN se aporta mediante el envío de una pequeña muestra del raspado interior
de la mejilla, un simple gesto mucho menos doloroso que las 120 libras que
cuesta la resolución del problema.
El intrépido Aloysius tal vez se anime. Al
fin y al cabo, su curiosidad se ha despertado al conocer que no somos solamente
lo que comemos, sino también lo que comieron nuestros abuelos. Y así, tirando
hacia atrás de su árbol genealógico, seguramente descubrirá que la alimentación
de sus antepasados podría ser mucho más variada e interesante que la actualmente
permitida al comprar en tiendas y supermercados.
En “Obesos y famélicos”, sagaz
ensayo sobre el impacto de la globalización en el sistema alimentario mundial,
el profesor Raj Patel recuerda la enorme variedad de manzanas que albergaban
las estanterías de la vieja tienda de sus padres.
También desde este mismo rincón defendíamos que matemáticas e informática aportarán infinitamente
más avances a la medicina que la experimentación con animales, por ejemplo.
Recientes simulaciones por ordenador de la “Hipótesis de la Abuela” parece
querer darnos la razón. Esta tesis tradicional defiende que la longevidad de
los primeros seres humanos es debida al papel desempeñado por las abuelas en la
alimentación de sus nietos.
La Royal Society se fundó en
Londres, en noviembre de 1660. Tiene su sede en la señorial Carlton House
Terrace. Publica una prestigiosa revista científica titulada “Proceedings of
The Royal Society”. Su serie A está dedicada a los avances en matemáticas, física
e ingeniería, mientras que la serie B se centra en la biología. En uno de sus números
más recientes, la investigadora Kristen Hawkes, de la Universidad de Utah
(EEUU), ha publicado sus conclusiones sobre dichas simulaciones informáticas.
En la actualidad, la longevidad de los primates no humanos no suele superar los
40 años, y así se ha mantenido estable durante los últimos 2 millones de años.
En esa etapa, los ancestros comunes de humanos y simios hubieron de enfrentarse
en África un entorno más seco, deforestado y hostil.
Aquellas especies que
disponían de hembras que, habiendo superado la edad reproductiva podían ayudar
a alimentarse a sus nietos desenterrando tubérculos o rompiendo las cáscaras de
los frutos secos, evolucionaron con mayor celeridad; de esta sutil manera, las
madres pudieron destetar antes a sus hijos para desplazarse a territorios más
lejanos, en la procura de un mejor sustento para sus familias. Por algo dijo el
cómico estadounidense Richard Lewis que su abuela era una malabarista judía que
podía ocuparse de seis cosas a la vez.