Acabo de escuchar que en España,
cada 5 minutos, un prójimo sufre un ictus. El desenlace no siempre es fatal.
Algunos casos se recuperan completamente. Otros, la mayoría, sobrevivirán con
secuelas. Los que saben de estas cosas, llevan décadas alertándonos sobre la influencia
en la salud pública de las enfermedades cardiovasculares (infarto de miocardio,
cardiopatía isquémica e ictus).
El tipo 2 de la diabetes mellitus, que si no es
tratado adecuadamente provoca también un deterioro inexorable de las arterias
humanas, ha sido calificada como la peste del siglo XXI. Panorama sombrío, a
pesar de los permanentes esfuerzos preventivos de este tipo de trastornos.
La
segunda causa general de mortalidad en los seres humanos continua siendo el cáncer,
en todas sus variedades y extensiones. Pero, las enfermedades infecciosas,
rivales supuestamente controlados durante el pasado siglo XX gracias a vacunas
y antibióticos, resurgen, espectrales.
No vamos a incidir hoy en la
magnitud de la epidemia de Ébola en África, tan remota y tan cercana a la vez,
que si bien por el momento no mata a un semejante cada 5 minutos, podría
alcanzar proporciones dantescas de no ser controlada. La tuberculosis,
enfermedad contagiosa por antonomasia, todavía no ha sido todavía dominada. Ni
mucho menos. Enfermedades bacterianas y víricas, supuestamente domadas desde
hace décadas en el mundo, pueden reaparecer por el abandono de las vacunaciones,
de manera consciente o no. Nos estamos refiriendo a poliomielitis, difteria,
sarampión… Y qué decir de la gripe, patología nos visita anualmente, con la
llegada del invierno, una bomba de relojería latente en el caso de que una
mutación del virus inactive nuestras barreras sanitarias defensivas. Continuamos
muriendo de SIDA, cada día más banalizado, pero también por enfermedades
infecciosas de las vías respiratorias y del aparato digestivo, las temibles
diarreas bacterianas y por rotavirus, que siegan la vida de millones de niños
en los países del Tercer Mundo. En el África subsahariana, por ejemplo, la malaria
campa a sus anchas: el 75% de su mortalidad ocurre en edades infantiles. Está
causada por parásitos del género Plasmodium, transmitida por la picadura de ciertos
mosquitos.
Por culpa de estos artrópodos,
fundamentalmente del género Aedes, se produce la transmisión de otra enfermedad
vírica incipiente, de exótico nombre: la chikungunya. Tras una fase inicial de
2 a 5 días, donde la fiebre se convierte en su síntoma principal, se desarrolla
un doloroso período de afectación de las articulaciones que puede persistir
semanas, meses e incluso años (12% de los casos). Desde hace unos meses se han
notificado en España 162 casos de esta enfermedad (129 confirmados y 33
probables). En Galicia han sido 4 casos, 3 procedentes de República Dominicana
y 1 de Angola.
La globalización en el transporte de mercancías, el turismo de masas
y la inmigración, controlada o no, harán que estas patologías cada vez nos parezcan
menos lejanas. Sin lugar a dudas, la evolución de las especies, presente en los
microorganismos más diminutos, hará el resto. Porque, no olvidemos, su
supervivencia depende de nosotros, y la nuestra, de su extinción.