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27 septiembre 2014

ALGO QUE VENDRÁ



Acabo de escuchar que en España, cada 5 minutos, un prójimo sufre un ictus. El desenlace no siempre es fatal. Algunos casos se recuperan completamente. Otros, la mayoría, sobrevivirán con secuelas. Los que saben de estas cosas, llevan décadas alertándonos sobre la influencia en la salud pública de las enfermedades cardiovasculares (infarto de miocardio, cardiopatía isquémica e ictus). 

El tipo 2 de la diabetes mellitus, que si no es tratado adecuadamente provoca también un deterioro inexorable de las arterias humanas, ha sido calificada como la peste del siglo XXI. Panorama sombrío, a pesar de los permanentes esfuerzos preventivos de este tipo de trastornos. 

La segunda causa general de mortalidad en los seres humanos continua siendo el cáncer, en todas sus variedades y extensiones. Pero, las enfermedades infecciosas, rivales supuestamente controlados durante el pasado siglo XX gracias a vacunas y antibióticos, resurgen, espectrales.

No vamos a incidir hoy en la magnitud de la epidemia de Ébola en África, tan remota y tan cercana a la vez, que si bien por el momento no mata a un semejante cada 5 minutos, podría alcanzar proporciones dantescas de no ser controlada. La tuberculosis, enfermedad contagiosa por antonomasia, todavía no ha sido todavía dominada. Ni mucho menos. Enfermedades bacterianas y víricas, supuestamente domadas desde hace décadas en el mundo, pueden reaparecer por el abandono de las vacunaciones, de manera consciente o no. Nos estamos refiriendo a poliomielitis, difteria, sarampión… Y qué decir de la gripe, patología nos visita anualmente, con la llegada del invierno, una bomba de relojería latente en el caso de que una mutación del virus inactive nuestras barreras sanitarias defensivas. Continuamos muriendo de SIDA, cada día más banalizado, pero también por enfermedades infecciosas de las vías respiratorias y del aparato digestivo, las temibles diarreas bacterianas y por rotavirus, que siegan la vida de millones de niños en los países del Tercer Mundo. En el África subsahariana, por ejemplo, la malaria campa a sus anchas: el 75% de su mortalidad ocurre en edades infantiles. Está causada por parásitos del género Plasmodium, transmitida por la picadura de ciertos mosquitos.

Por culpa de estos artrópodos, fundamentalmente del género Aedes, se produce la transmisión de otra enfermedad vírica incipiente, de exótico nombre: la chikungunya. Tras una fase inicial de 2 a 5 días, donde la fiebre se convierte en su síntoma principal, se desarrolla un doloroso período de afectación de las articulaciones que puede persistir semanas, meses e incluso años (12% de los casos). Desde hace unos meses se han notificado en España 162 casos de esta enfermedad (129 confirmados y 33 probables). En Galicia han sido 4 casos, 3 procedentes de República Dominicana y 1 de Angola. 

La globalización en el transporte de mercancías, el turismo de masas y la inmigración, controlada o no, harán que estas patologías cada vez nos parezcan menos lejanas. Sin lugar a dudas, la evolución de las especies, presente en los microorganismos más diminutos, hará el resto. Porque, no olvidemos, su supervivencia depende de nosotros, y la nuestra, de su extinción.

21 septiembre 2014

SACARINA Y MODAS MÉDICAS



Sostiene el censor Aloysius que el mundo de la medicina, como el de la indumentaria, está sujeto a las tendencias de la moda. Ante mi extrañeza, comenzó a bombardearme con una descarga de argumentos. Hace unas décadas, a los pacientes con colesterol elevado le estaban proscritos los pescados azules. Con el paso del tiempo, y después de la suficiente evidencia, tal tendencia experimentó un giro radical, hasta tal punto que la prestigiosa Harvard Medical School actualmente recomienda este tipo de alimento en las dietas elaboradas para disminuir los niveles de colesterol. Como escuderos de tan preciadas viandas se sitúan los frutos secos, en especial las nueces, la berenjena, la avena, una amplia variedad de frutas y la okra, una planta tropical comestible originaria de África. 

De esta sencilla manera, el olor peculiar de las sardinas fritas comenzó de nuevo a impregnar el ambiente de los patios de luces de la vecindad, y tan humilde producto de los mares recuperó su puesto de honra en nuestra escala alimentaria. El pan, la cerveza, las patatas o el chocolate, por nombrar algunos otros ejemplos de comestibles habituales, se vieron envueltos en controversias semejantes a la de los pescados azules. 

Según nuestro inefable camarada, ahora le ha tocado el turno a los edulcorantes artificiales, como la sacarina. Descubierta a finales del siglo XIX a partir del alquitrán de hulla, su uso como edulcorante no calórico se generalizó durante el pasado siglo XX. Y aunque parezca mentira, actualmente se sintetiza a partir de derivados del petróleo, como el tolueno. Desde siempre, la sacarina se ha asociado a dietas y productos bajos en calorías.

Investigadores israelíes pertenecientes al Instituto Weizmann de la Ciencia, acaban de publicar en la revista “Nature” los resultados de un trabajo en el que han relacionado el consumo de diversos edulcorantes artificiales no calóricos, aspartamo, sucralosa y la propia sacarina, con el desarrollo de intolerancia a la glucosa en ratones de laboratorio. Sin embargo, este hecho no ocurrió en aquellos animales a los que se les suministró sólo azúcar.


Como este tipo de sustancias químicas no se absorben en el intestino, la causa del trastorno pudiera explicarse por las alteraciones provocadas a nivel de la flora bacteriana local. No han tardado en surgir las voces discordantes con estos hallazgos.

Dejando a una lado las dudas que pudieran plantear la extrapolación de un estudio de investigación animal a los humanos, de cuyos ejemplos fallidos está repleta la literatura científica, el Dr. Stephen O´Rahilly, de la Universidad de Cambridge, publicó en “Diabetología” un estudio realizado con más de 300000 prójimos, sin hallar relación entre el consumo de bebidas edulcoradas artificiales y la diabetes. 

Indudablemente, un amplio y novedoso campo de investigación ha quedado abierto, pues el apasionante mundo las bacterias intestinales y su relación con nuestra salud o enfermedad apunta interesantes averiguaciones. 

Como información complementaria, el 14 de diciembre de 2010, la Agencia de Protección Ambiental de EEUU (EPA) eliminó la sacarina de su lista de sustancia peligrosas, al estimar que no representa un peligro para la salud.

12 septiembre 2014

BALAS MÁGICAS


En marzo de 2014, los trabajadores de un pequeño hospital meridional de Guinea, alertaron a las autoridades sanitarias del país y a Médicos Sin Fronteras de los primeros casos de enfermedad de Ébola. Así se desató la actual epidemia. Conocemos el principio de la historia pero veremos cuál es su desenlace final. De momento, cuando escribimos estas líneas, más de 2000 muertos en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Nigeria. 

160 años más tarde, en marzo de 1854, en una pequeña localidad de Silesia (hoy en día Polonia), en el seno de una familia judía nació el Doctor Paul Ehrlich, eminente microbiólogo alemán galardonado con el Nobel de Medicina en 108 por sus magníficos descubrimientos e investigaciones clínicas.

Virus, bacterias, hongos, parásitos… Diminutas formas de vida que acompañan al ser humano en su tránsito por este planeta, causantes de muerte y enfermedad, pero también indispensables para la protección y conservación de nuestra salud. Para ilustrar tan especial relación, tengamos en consideración un ejemplo. Sobre un centímetro cuadrado de nuestra piel descansan alrededor de 10000 bacterias. Si penetramos en las capas más superficiales de nuestra epidermis, el número de bacterias alcanza las 50000 por centímetro cuadrado. Y si por fin alcanzamos la dermis más profunda, allí donde nacen los folículos pilosos, podríamos contar hasta 1 millón de bacterias por centímetro cuadrado.

Sin duda alguna, la flor y nata de la investigación actual trabaja contra el reloj en sus laboratorios en la procura de una vacuna o un tratamiento eficaz contra el virus de Ébola. Una de sus líneas más prometedoras intenta emplear, como balas mágicas, la propia inmunidad del paciente. Más concretamente, se están sintetizando anticuerpos capaces de bloquear la propagación del virus a partir de las células infectadas.

Sueros experimentales de este tipo han sido empleados, con suerte bien diversa, en casos muy limitados de humanos infectados por este virus letal. Así consiguieron sobrevivir los cooperantes norteamericanos Kent Brantly y Nancy Withebrol, pero no el religioso español Miguel Pajares, de edad más avanzada y con un deterioro general de su salud provocado por la concomitancia con otras patologías. El proceso de aprobación de una vacuna o un fármaco para uso en humanos debe pasar un proceso perfectamente definido, que consta de varias fases, y necesita un periodo de tiempo que se convierte en una pesada losa al tratarse de brotes epidémicos.

Viajemos en el tiempo, desde la actualidad al último cuarto del siglo XIX. Ciertas enfermedades infecciosas, como por ejemplo la difteria, aterrorizaban entonces a la humanidad tanto como el Ébola hoy en día. Humildes ratones y plantas de tabaco han servido para el desarrollo de los sueros de anticuerpos contra el Ébola. 

Ehrlich, Behring y otros pioneros emplearon esforzados garañones para elaborar los sueros antidiftéricos que tantas vidas salvaron hace décadas, cuando no existían aquellas balas mágicas que hoy llamamos antibióticos. Confiemos pues, en la fortaleza de nuestro arsenal.

06 septiembre 2014

ASHYA KING Y LA BIOÉTICA


"Un niño enfermo en el templo de Esculapio"
John William Waterhouse (1849 - 1917)
Oleo sobre lienzo. 208 x 170 cm.
Fine Art Society. Londres.

La vida evoluciona más deprisa que la ciencia y las leyes. Entonces, suele ocurrir que se desate algún conflicto, como acaba de ocurrir con el complicado caso del niño británico Ashya King, paciente temporal del Hospital Materno Infantil de Málaga. Sus padres, en total desacuerdo con la radioterapia que los médicos de Southampton pretendían aplicar a este pequeño con un tumor cerebral, decidieron llevárselo del centro hospitalario para buscar una solución alternativa. Así llegaron a España. 

Para dificultar todavía más el desenlace, Brett y Naghemeh King son testigos de Jehová, una confesión religiosa cristiana con unas particulares creencias que en algunas ocasiones colisionan con determinados tratamientos médicos, como las transfusiones de sangre, incluso con resultados dramáticos. 

Hace unos años, siendo conocedor de mi interés personal por todas aquellas cuestiones relacionadas con la Bioética, el Dr. Alex Serra Guifarro me obsequió con un ejemplar titulado “La Familia. Su Cuidado y Protección. Tratamiento médico para testigos de Jehová”. En el capítulo dedicado a las urgencias, se definen las pautas de actuación a seguir en el supuesto caso de que un médico estime necesaria una transfusión de sangre para un paciente de estas convicciones. A pesar de todo, en situaciones excepcionales, una vez agotada toda alternativa, si se considerase necesaria una intervención judicial, se debería notificar dicha intención cuanto antes al paciente, a los padres o al tutor, según la situación. 

En el caso que nos ocupa, un juzgado de Portsmouth detenta la tutela legal del pequeño Ashya, retirada a los padres por la justicia británica. De ahí la emisión de una Orden Europea de Detención y Entrega (OEDE) por parte del Reino Unido, considerando que el matrimonio King habría ejercido un delito de crueldad sobre un menor de 16 años. 

Nos planteamos una serie de cuestiones...

La primera, respecto al consentimiento informado. El Código Europeo de Ética Médica establece que, salvo en casos de urgencia, el médico debe informar al enfermo sobre los efectos posibles y las consecuencias del tratamiento, debiendo obtener el consentimiento del paciente, en especial si los actos propuestos representen un serio peligro para su integridad. En el caso de Ashya, los médicos proponían como única solución terapéutica la radiación del tumor cerebral del pequeño, mientras sus padres entendían que podrían existir otras alternativas exitosas en hospitales extranjeros. 

Al respecto, el Código Deontológico médico español, en su artículo 14, establece que en actuaciones con grave riesgo para la salud de un menor de 16 años, el médico tiene la obligación de informar siempre a los padres y obtener su consentimiento. Pero, si los representantes legales toman una decisión que, a criterio del médico, sea contraria a los intereses del representado (en este caso el niño enfermo), el médico solicitará la intervención judicial.

Un segundo interrogante se plantea sobre lo ocurrido con el derecho de rechazo al tratamiento, ejercido inicialmente por los padres tutores del menor, en base a sus creencias religiosas, cuestión ahora en manos de la justicia. 

¿La solución? En nuestra humilde opinión pasaría por respetar las creencias de la familia y permitir, si existe una razonable base científica y suficiente evidencia médica, otra opción terapéutica, que en este caso es ofertada por un centro especializado de Praga (República Checa).