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10 agosto 2006

LA LUNA Y LAS HOGUERAS


FOTO DE LA LUNA SOBRE LENGUAS DE FUEGO.
AUTOR: JOSÉ JOAQUÍN MORENO (C)
Escribía Cesare Pavese algo sobre la luna y las hogueras. Mientras leo su novela, arrecia el olor a chamusquina en esta Galicia nuestra que ha quedado convertida de repente en una terrible gran queimada. Nuestros gobernantes ponen cara de póker. Entre tanto, los paisanos gallegos se convierten en los héroes anónimos de esta desigual batalla contra el fuego. Benditos sean.

En plena vorágine incendiaria, La Región se hacía eco hace unos días de una información ciertamente sorprendente: las preferencias laborales del 95% de nuestros niños nada tienen que ver con la profesión de sus padres.

A la cabeza de las predilecciones masculinas figura, como no, el trabajo de futbolista. De futbolista millonario, añadiría yo, porque nadie piensa en arrastrar sus patas por otras canchas que no sean el Santiago Bernabeu o el Nou Camp. En la cara de la moneda se sitúan nuestras féminas, que prefieren la más loable profesión de profesora, a pesar de cómo se las gastan hoy en día los alumnos en nuestras aulas patrias.

Muy poquitos quieren ser médicos, y menos todavía, bomberos. Todo ello a pesar de que Aloysius porfíe que una de las profesiones más valorada por la sociedad actual continúe siendo la de médico. Tal vez tenga algo que ver en esta admiración la lucha permanentemente contra el sufrimiento y la enfermedad; el noble oficio de sanador covertido en el paladín de nuestra comunidad. Chamanes, brujos, hechiceros o curanderos, han venido empleando para tratar el mal misteriosas energías espirituales y mágicas. Los médicos, sin embargo, se han apoyado en la razón, en la ciencia y en la evidencia (o por lo menos así debería ser).

Mientras se mantienen en la estratosfera las notas medias necesarias para acceder a las facultades españolas de Medicina, los jóvenes todavía quieren ser médicos. Pero no los hijos de los médicos. Ni tampoco sus nietos. ¿Será porque perciben lo que se cuece a diario en sus vidas familiares?. La respetada figura del galeno tradicional ha sido sustituída por la del médico funcionario. En muchas otras profesiones, las nóminas son más gordas a final de mes, sin que además lleven intrínseca la responsabilidad sobre la vida y el bienestar del prójimo. Además, andan diciendo por ahí que la profesión de médico quema. Ven a la escuela de calor.

Un reciente estudio norteamericano indica que el 45% de los estudiantes de medicina se autodefinen como quemados (burnout), presentando síntomas tan preocupantes como el agotamiento emocional, la despersonalización (tratar a los semejantes como si fueran objetos) y la realización personal seriamente mermada. Por si las moscas habría que estudiar también este fenómeno en España.

Por aquello de consejos vendo, pero para mí no tengo, los facultativos no solemos llevar a la práctica lo siguiente: sabemos que las personas optimistas sufren menos enfermedades y sobreviven más. Al contrario, los pesimistas consumen más medicamentos y frecuentan las consultas médicas con mayor asiduidad. Según el Dr. Flórez Lozano, catedrático de Ciencias de la Conducta de la Universidad de Oviedo, el asma, la artritis, las cefaleas, las úlceras gástricas, los problemas cardíacos y hasta las enfermedades infecciosas afectan más a los individuos propensos al odio, a la rabia, al desprecio, a la ingratitud, a la intolerancia y al resentimiento. Ya saben, la mucha tristeza es muerte lenta. Pero es difícil ser optimista cuando vemos tanta vida arrasada por el fuego a nuestro alrededor.

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