"Recuerdo lo que no quisiera recordar, y en cambio no puedo olvidar lo que quisiera dar al olvido..." MARCO TULIO CICERON. Y todo esto es así porque los dioses no conocen la memoria y los hombres son capaces de convertir el destino en recuerdo...
Hace
un tiempo os contaba un cuento sobre una joven que viajando en un
tren descubría su increíble parecido con una niña de su propio
compartimento, cuando tenía 6 años. Una vez más, la realidad imita
a la ficción.
Tina Gibson, de 25 años de edad, acaba de dar a luz
en Estados Unidos a su primogénita, Emma. Desde el Centro Nacional
de Donación de Embriones, a la joven madre le ofrecieron la
posibilidad de implantarle un embrión que permanecía congelado
desde 1992. Tal vez un día alguien se percate, viajando en el último tren del día, de su sorprendente parecido con Emma.
Tomamos el título de
hoy de una batalla transcurrida durante la Guerra de Vietnam y que más tarde generó la
película bélica homónima dirigida por John Irvin en 1987. Esta cinta, y otras
posteriores como por ejemplo “Hasta el último hombre” (Mel Gibson, 2016)
demuestran lo absurdas e irracionales que son todas las guerras, centenares de
hombres en la plenitud de sus vidas derramando su sangre en la procura de un
pedazo de tierra que cada día cambia de unas manos a otras. Pírricas insensatas
victorias. Desde hace unos años somos testigos del cambio de las costumbres
sociales, cómo van modificando nuestra manera tradicional de comer, tal y como en su
día lo hicieron las populares hamburguesas, cuyo origen algunos autores
trasladan incluso a la antigua Roma y que otros atribuyen a los inmigrantes
alemanes que durante el siglo XIX buscaron mejor fortuna en los Estados Unidos
de Norteamérica.
De una manera u otra,
en ocasiones pretéritas comentábamos cómo inclusive la comida rápida del futuro poco o
nada tendrá que ver con la presente. En concreto, respecto a este tema,
el doctor Mitsuyuki Ikeda, investigador perteneciente al Centro de
Evaluación del Medio Ambiente de Okayama (Japón), lideró un proyecto capaz de
obtener proteínas a partir de materias fecales (lodo de cloaca) aprovechando el metabolismo de unas bacterias especiales. Este material sintético contenía un
63% de proteínas, un 25% de hidratos de carbono y tan solo un 3% de lípidos.
Echando a volar la imaginación, esta idea podía complementar la alimentación de los
habitantes de las futuras colonias espaciales en inhóspitos planetas.
El último invento son
las hamburguesas de gusanos (¡de búfalo!), que amenazan con conquistar nuestros
paladares. Ya hay quien dice que huelen a nueces, aunque su sabor por el
momento resulta incomparable. Además de la innovación gastronómica, la
progresiva desaparición de las hamburguesas de vacuno aportaría beneficios
ecológicos, entre los que destacan el menor consumo de agua y la disminución de
gases de tipo invernadero.
Sostiene el escéptico
Aloysius que quizás ahora habrá quien proponga sintetizar materia rica en
proteínas a partir de los excrementos de las vacas, con lo cual se cerraría un
hipotético ciclo productivo para las hamburguesas que, después de dar varias
vueltas, recuperarían de nuevo su substancia y su sentido de ser. Para los escépticos
y los defensores de lo clásico, les recomiendo darse una vuelta por los
estantes de los supermercados para descubrir cómo cada vez se venden más las
hamburguesas de legumbres, seitán, tofú, soja, cereales y verduras. Y de paso,
la quinoa, hasta apenas unos años un alimento típico y casi exclusivo de las
poblaciones andinas de Bolivia, Perú y Ecuador. Porque fuimos, somos y seremos
lo que comemos. Mejor irnos acostumbrando.