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05 septiembre 2006

EL TURISTA RESPONSABLE


Mientras viajaba por las italias, de repente se encontró Aloysius con el recorte de una revista cuyo editorial firmaba Giancarlo Roversi. El título del artículo era harto sugerente: el decálogo del turista responsable. Se le atribuye a Enzo Garrone la paternidad de esta innovadora ética del viajar, y aunque la mayoría de los que lean estas líneas estarán ya en plena convalecencia del síndrome postvacacional, voy a reproducirlas por su interés general. Según los expertos, este tipo de recomendaciones encuentra su mayor aceptación entre las viajeras con edades comprendidas entre los 36 y los 50 años, que trabajan en la enseñanza, son directivas o desempeñan profesiones liberales. Un claro ejemplo: Frances Mayes, la protagonista de “Bajo el sol de la Toscana” (Audrey Wells 2003), interpretada por una resplandeciente Diane Lane.

El primer mandamiento del turista responsable es colaborar con empresas de viajes que inviertan parte de sus beneficios en proyectos de cooperación con las naciones de destino vacacional, sobre todo los que respeten los derechos humanos y los encargados de proteger su patrimonio natural. El segundo obliga a informarse previamente de la cultura, costumbres y de los problemas sociales y ambientales de la nación elegida para viajar, para una vez en el destino, comportarse adecuadamente según los usos y costumbres del país. El tercer mandamiento ruega no colaborar con la extinción de especies animales y vegetales, desaconsejando la adquisición de souvenirs que hayan implicado el maltrato o la muerte de nuestros vecinos de planeta. El cuarto precepto recomienda, siempre que sea posible, viajar en vehículos no contaminantes y que respeten el medio ambiente. El quinto ya resulta más complicado, pues solicita viajar fuera de temporada alta, para evitar las aglomeraciones turísticas. La sexta prescripción sugiere el uso de los servicios locales de los que la población se beneficie directamente a partir del turismo. Dentro de éstos, por supuesto, se excluye todo tipo de turismo sexual y vejatorio. Viajar en grupos pequeños que causen pocas perturbaciones a las comunidades de destino forma parte de la séptima recomendación ética.

La adaptación a las costumbres locales, sin tratar de imponer las propias constituye el octavo consejo para el turista responsable; difícil de cumplir a la hora de comer, por ejemplo, donde los más remilgados siempre van a sufrir enormes penalidades. ¿Entenderá por fin Aloysius que no se puede exigir tortilla de patatas para cenar en el medio del desierto de Wadi Rum, en Jordania?. La novena sugerencia invoca la no recolección de piedras, flores ni conchas en el país de destino, así como no dejar signos desagradables de nuestra presencia allí. Dos anécdotas al respecto: existen cumbres montañosas a las que ya no dejan ascender a los turistas, porque a base de llevarse vistosas piedras y rocas de recuerdo, estaban incluso consiguiendo modificar el paisaje y el entorno natural. En los urinarios públicos de una gran galería de arte europea, a una altura prácticamente inaccesible para la mayoría de los humanos, alguien había pintado con gran esfuerzo “Aupa Logroñés”. Ahí queda eso.

Para concluir, el décimo mandamiento recomienda la visita a los parques naturales, a las reservas ecológicas, a los museos y a los santuarios. Se supone que el importe de la entrada va destinado a la conservación de los mismos. Pero sobre todo, el turista responsable debe mezclarse con la población local, participando activamente en la vida de la comunidad. No existe mejor manera de conocer un pueblo.

Si no están de acuerdo con estas recomendaciones, siempre pueden seguir el consejo de Sidonie Gabrielle Claudine Colette, pues los viajes sólo son necesarios para las imaginaciones menguadas.

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