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09 noviembre 2008

PASTOR OUTEIRAL: LO BELLO Y LO SIMPLE



Ayer me fuí hasta Ferrol acompañado por Manolo Zapata, el pintor telúrico ferrolano. Poco más de dos horas en coche cruzando Galicia por las autopistas más caras del mundo. A las 20.00 horas, se inauguraba la exposición de fotografía de mi amigo, Pastor Outeiral, pintor, fotógrafo, artista plástico. Me tocó presentar las obras, una muestra decididamente ecléctica, heterogénea.

Auriavella invadió la sala Sargadelos: hasta la plataforma mecánica que facilitaba el acceso a los minusválidos la había fabricado la empresa ourensana Dandy...


En nombre la galería, nos dió la bienvenida Urza, seudónimo artístico del escultor y ceramista Javier Meléndez Ortega. Juntos descubrimos, sin querer, nuestra devoción por la obra poética de José Ángel Valente y de Jorge Reichmann...



Lo bello y lo simple. Dificil encomienda para mí, amante confeso de la fotografía clásica, ortodoxa, la del blanco y del negro, la de las infinitas tonalidades del gris. De ese mismo color impreciso y neutro, capaz de inspirar a Henry Miller un mundo de pensamientos y sentimientos en sus “Días tranquilos en Clichy”.


Ese gris de Payne que los artistas son capaces de obtener mezclando el negro marfil con el índigo (omnipresente en la obra artística de Pastor Outeiral). Y también con el carmín, como carmín es también la huella que los labios de una antigua amante han dejado indeleble sobre una taza blanca, esa misma que el artista todavía conserva manchada en su alacena, evocando, anhelando tiempos mejores, de complicidad, de risas, de caricias sobre una almohada de hierba recién cortada.


Pero la fotografía también es color, como el jazz, porque todo el arte tiene su momento propicio a lo largo de las jornadas. Ahora, transformado en miniaturista, el fotógrafo es capaz de pintar con imágenes, con encuadres y texturas, con la casualidad (un sacerdote que se alivia en un urinario público o un marrano que se pasea altivo, desafiando el cuchillo del matarife, por delante de una iglesia), con la luz que se refleja sobre el agua de los charcos y de las piscinas.


Esa misma luz, a la que cantaba José Ángel Valente, “delgados hilos, médulas, estambres con que el cuerpo, alrededor de sí, sostiene el aire, bóveda, pájaro tenue, terminal, tejido de luz corpórea al cabo el despertar”.


¿Qué nos resulta más sugerente, el objeto real o su malsana reverberación que se multiplica sobre el agua estancada?...



¡Qué dificil resulta interpretar!, investigar la finalidad y la intención de una expresión artística (si es que ésta existe o ha existido), separando quirúrgicamente una a una las sensaciones que el propio acto de ver y comprender nos provoca, al convertirnos en espectadores. Caminamos sobre un prado de afiladas agujas (Francesco de Gregori dixit).


Como el propio Pastor Outeiral asegura, a través de una cámara fotográfica, su ojo insinua, mientras nosotros, contaminados por decenas de siglos de culturas pretéritas, nos vemos impelidos a decidir, interpretar, sonreir, criticar o disfrutar.



Entonces, atendiendo a sus consejos, me entretengo en observar cómo las planas geometrías de Piet Mondrian se curvan en el espacio, de la misma manera en la que el aire frío asciende por el hueco de las escaleras, o nefelíbata me abstraigo en la contemplación del amanecer en un cielo crepuscular como los que pintaba René Magritte, donde el devenir de las nubes señala, indefectiblemente, la inmovilidad del tiempo.



De vuelta al color, que también es blanco, y gris, y negro, como la silueta del ave que se recorta en el cielo, como el ombligo profundo en forma de pez que alberga nuestro más carnal deseo, como el atezado sentimiento que amenaza tormenta, ruptura, desamor y celos. Unas tijeras hipertrofiadas intimidan a la muchacha que ajena al peligro comienza a desnudarse por la cabeza.


Son “formas sin forma, que pasan sin que el dolor a conocerlas llegue, o las sueñe el amor”, como aquellas que mortificaron al taciturno Fernando Pessoa.

Releyendo a Daniel Dennet, que es también científico y por lo tanto glacial, “los colores fueron hechos para ser vistos por aquellos que fuimos hechos para verlos; ¿por qué el cielo es azul?; porque las manzanas son verdes y las uvas son púrpura”. Para este filósofo norteamericano, algunas cosas de la naturaleza necesitaban ser vistas y otras verlas. Por un fenómeno físico similar, existen las fotografías de Pastor Outeiral, porque vivimos algunos que necesitamos, que demandamos verlas.

Tal y como escribió un día el poeta Jorge Reichmann, antes de atrevernos a mirar estas fotografías, “vaciemos nuestros bolsillos vacíos, sin empecinarnos en seguir restando todo lo que existe de lo que no existe”.


Para finalizar, casi empujado por el vital - voraz Zapata, hicimos una paradita en "Casa Guillermo" para probar unas delicatessen: foie de pato y unas jugosas carrilleras

Recomiendo encarecidamente visitar los siguientes vínculos:

http://www.pastorouteiral.com/

http://www.urza-brezo.com/index.htm..

2 comentarios:

gabvabundo dijo...

https://www.facebook.com/pages/Pastor-Outeiral-Rodr%C3%ADguez/325134460985475

gabvabundo dijo...

https://www.facebook.com/pages/Pastor-Outeiral-Rodr%C3%ADguez/325134460985475