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11 noviembre 2008

PATRICK EL CARPA, DE NUEVO...


"Cementerio de pateras", imagen de Cayetano, en Flickr TM

Muchos piensan que el inefable Aloysius es un personaje de ficción. Allá ellos. Tan fantástico resulta él como el personaje del que hoy nos vamos a ocupar. Por su tenacidad le llaman Patrick El Carpa, y representa a todos los inmigrantes (especialmente a los designados de forma politicamente correcta como subsaharianos) que empecinados intentan atravesar una y otra vez las barreras que protegen las fronteras de la nación española. Patrick quiere ser portero de fútbol, para pararle los pies a Eto´o. Las malas lenguas dicen que, aprovechando la lluvia y el barro de las tormentas otoñales, anduvo implicado en los asaltos que sufrieron las alambradas que separan Ceuta y Melilla del resto del continente africano. Días antes le habían visto enfrentarse con un palo a una cuadrilla de perros famélicos que le querían robar la comida. Apresado en nuestro territorio nacional por la Guardia Civil, fue devuelto a Marruecos y deportado desde allí por la gendarmería hacia la frontera argelina.

Tozudo en su empeño, cruzó a pie el paisaje y se embarcó esta vez en un cayuco que partió del puerto mauritano de Nouadhibou, enfundado en una chamarreta del Barça, por si así colaba con más facilidad. Le delató el polvo del desierto que se le había pegado en las chanclas de goma y en pernera de sus pantalones. Con destino a Gambia, le metieron en un avión escoltado por una pareja de policías españoles. Aterrizaron en el aeropuerto de Banjul, pero hubo de regresar a España porque las autoridades gambianas no quisieron hacerse cargo de aquel paquete. Viaje con nosotros, como cantaba la Orquesta Mondragón.

Tras idas y venidas, andando y desandando los caminos de la inmisericordia, nadie sabe muy bien cómo se las ingenió para demostrar que era menor de edad. El bueno de Patrick acabó dando con sus huesos morenos en una vetusta y precaria institución del Norte de España. Allí transcurrían las jornadas, grises, lluviosas, carentes de aquella luz a la que sus ojos estaban habituados. Sufrió incomodidades, pesadumbre y alguna que otra reyerta, pero aquello era muchísimo mejor que el hacinamiento padecido en otras dependencias que él ya conocía por experiencias anteriores. Toque de diana. Una mañana, alguien los despertó más temprano de lo habitual. Les dieron de desayunar y les recomendaron recoger su parco equipaje. Repartieron billetes de autobús y de tren y les mandaron de viaje hacia el poniente, a la procura de mejores horizontes. ¡Qué curioso! Ni en Gambia, ni en Marruecos, ni en Ceuta, ni en Canarias, ni en Euskadi, ni en ninguna parte quieren hacerse cargo de tan pesado lastre. Anda estos días Patrick El Carpa enrolado en una aventura de venta de DVD piratas, a la espera de su oportunidad, de un lugar en el sol.

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