La cremallera se está cerrando. Primero se abrió para todos, inconscientemente. Entonces, y como venía siendo habitual, a los agoreros se les llenaron las bocas con generosas raciones de palabras tales como "efecto llamada". De los que mandan, nadie les prestó la menor atención. Ahora toca de ir de guays, de divinos. Los otros fueron vilipendiados, corridos a gorrazos por la prensa del régimen, lapidados a golpe de ladrillo y cubiertos de argamasa.
Y ahora, como la crisis que no era tal crisis empieza a crecer, a apretar y a dejar huellas, la cremallera comienza a cerrarse, inexorable. Mientras algunas embarazadas magrebíes atrevidas se ponen de parto en el fondo del mar, pasajeras de primera clase en patera con derecho a salitre y gasolina, mientras sus bebés juegan al escondite con los peces del Océano Atlántico, para que no se los coman ni los cazones ni los marrajos del banco canario sahariano, mientras ministros y jueces se van de montería, a los policías de Madrid les han dado un toque para que engrasen las cañas de pescar. O eso es lo que dicen los malos de siempre. Les han exigido la captura de 35 piezas a la semana. La calidad, es indiferente (pieles rojas, pies negros, espaldas mojadas, payos poni), que echen las redes en los más preciados caladeros, en las puertas de las escuelas, si hace falta. Y si la faena es demasiada, que contraten a Don Limpio y al Pronto, que cambia el polvo por brillo.
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