CREA, INVENTA, IMAGINA... ¡NO COPIES!

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18 mayo 2013

CLONA, QUE ALGO QUEDA




Sostiene Aloysius que las últimas noticias sobre los avances en la clonación le han obligado a repasar diversas cuestiones relacionadas con la reproducción asexual y con la bioética que tenía aparcadas bajo una pila de libros y papeles. De nuevo ha recordado toda una serie de interesantes cuestiones y acalorados debates. 

En el reino animal, existen procedimientos que permiten la creación de nuevos seres sin la intervención de un padre y una madre, o mejor dicho, de los gametos o células sexuales procedentes de los progenitores, capaces de engendrar un nuevo ser. Las esponjas y las estrellas de mar, o cierto tipo de gusanos, pueden reproducirse sin tener que recurrir al sexo. 

En la especie humana, los gemelos univitelinos se generan por la división no sexual del huevo o cigoto, siendo toda la camada idéntica y del mismo sexo, pues todos estos individuos proceden de la unión del mismo óvulo y espermatozoide, y por supuesto, comparten idéntica carga genética. Nos encontramos ante verdaderos clones naturales. Los clones son copias del mismo individuo. 

El temor a la clonación en humanos se basa en el temor a un posible uso malicioso que de este procedimiento pudieran hacer determinados gobiernos totalitarios, exactamente tal y como ocurre, por ejemplo, con la energía nuclear. Una vez más, nos enfrentamos a la paradoja del cuchillo, instrumento que sirve tanto para cortar pan como para acabar con la vida de un semejante. 

En la experimentación, la bioética es la encargada de establecer premisas y barreras. Las reticencias a la clonación estaban determinadas por el empleo de células madres obtenidas a partir de embriones desarrollados exclusivamente para la investigación. Estas células madre pueden ser totipotenciales, capaces de generar completamente un nuevo individuo, tal y como ocurre en el caso de los gemelos univitelinos que anteriormente mencionábamos, o bien pueden ser pluripotenciales, capaces de generar la mayor parte de nuestros tejidos (piel, músculo, sangre, neuronas…), pero también tumores. La frontera entre unas y otras se establece en el paso de mórula a blástula, es decir, en la transformación y desarrollo de una pequeña pelota de 16 células embrionarias con capacidad de diferenciación. 

Pues bien, la clonación permite conseguir células madre embrionarias casi idénticas a las de un embrión gestado naturalmente, pero creadas artificialmente en un laboratorio, a partir de la transferencia del núcleo (con todo su material genético) de una célula adulta (en este caso de la piel) a un óvulo sin fecundar. 

Desde la aparición de la famosa oveja Dolly, obtenida mediante clonación reproductiva, estos procedimientos se han ido desarrollando progresivamente en nuestros laboratorios, con mayores o menores dificultades y éxito. En realidad, de lo que estamos ahora hablando es de la clonación terapéutica, destinada a la obtención de líneas celulares capaces de reemplazar a aquellas otras dañadas por patologías como la diabetes, el Parkinson o muchas otras enfermedades neurodegenerativas. 

La pregunta sería entonces: teniendo la seguridad y el conocimiento necesarios para curar de esta manera tantas enfermedades, ¿sería ético no emplear estas células madre obtenidas sin utilizar embriones? El debate está servido.

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