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09 noviembre 2014

CONGELADOS


Por fin ha llegado el otoño, convocando la lluvia sobre nuestros cristales. A partir de ahora, como la meteorología no va a ayudarnos demasiado, me temo que el contumaz Aloysius se dejará caer con mayor frecuencia por mi humilde morada. La otra tarde, sin ir más lejos, apareció con un curioso folleto de una empresa dedicada a la criogenización, encargada de exponer a personas o animales a condiciones de un frío tan intenso que permitan preservar su cuerpo para reanimarlo en un futuro.

Sensu stricto, estaríamos hablando de una especie de resurrección, pero en tiempos más propicios. Inicialmente, estas técnicas fueron proyectadas para criopreservar a determinadas personas, generalmente multimillonarias y desahuciadas por la medicina actual, a la espera de que los avances de la ciencia permitieran obtener un tratamiento eficaz para sus enfermedades incurables. Ciertamente, estaríamos ante un proceso de selección artificial de algunos que, no resignándose al final de sus días, buscaran en el futuro la inmortalidad.

Desde el punto de vista científico, este tema me resulta fascinante. En realidad, estos procedimientos se están realizando ya para preservar óvulos y embriones. Representan un paso de gigante en el desarrollo de las técnicas de reproducción asistida. El polifacético Carl Djerassi, más conocido como el padre de la píldora anticonceptiva, ha vaticinado para la primera mitad del siglo XXI un mundo más preocupado en mejorar sus tasas de fertilidad que en inhibirlas. Hace muy pocos días, la mecha de la controversia se encendía una vez más cuando Apple y Facebook propusieron a sus trabajadoras retrasar la maternidad haciéndose cargo las empresas de la costosa vitrificación de ovocitos, un proceso de criopreservación que impide la formación de cristales de hielo que puedan dañar tan valiosas células germinales femeninas.

Independientemente de cuestiones éticas y morales, que a buen seguro cambiarán a medida que ciencia y sociedad avancen, el deterioro molecular provocado por las bajísimas temperaturas y la falta del oxígeno necesario para los tejidos, representan en la actualidad serios hándicaps para la criogenización de órganos de mayor complejidad e incluso de prójimos enteros. Pero, en realidad, ¿quién sería criogenizado, un individuo moribundo pero todavía vivo o un verdadero cadáver? ¿quedaríamos a la espera de un futuro tratamiento eficaz para curar a un enfermo o en realidad, utilizaríamos esta hipotética habilidad para resucitar a los muertos?


El anhelo de inmortalidad ha acompañado a los seres humanos desde el mismo momento en que fuimos conscientes de nuestra propia caducidad como seres vivos. Por el momento, los que saben mucho de estas cuestiones se decantan más por conseguir una longevidad saludable, hecho que no parece tan lejano, más que por resucitarnos en un mundo y tiempo venideros para los que todavía no estamos preparados, ni siquiera regresando medio congelados del silencioso mundo de los muertos.

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