Sostiene Aloysius que
Sir Alexander Fleming fue un científico doblemente afortunado. Se refiere a su
descubrimiento de la penicilina, el primer antibiótico de uso generalizado en
medicina. La historia nos cuenta que Fleming descubrió la penicilina el 28 de
septiembre de 1928, cuando al regresar de sus vacaciones estivales descubrió
que un hongo había contaminado accidentalmente unas placas de cultivos
bacterianos. En notas escuetas, los libros de historia atribuyen a Charles Tom
la identificación del hongo como Penicilinum
notatum.
El hallazgo de Fleming permaneció hibernando en los estantes de
las revistas especializadas hasta que en 1939 dos médicos británicos, que más
tarde compartieron el Nobel de Medicina con el descubridor, decidieron emplear
aquella novedosa medicación en un paciente desesperado que se moría sin
remedio. Los doctores fueron Howard Walter Florey y Norman Heatley, que
inyectaron por vía intravenosa el medicamento purificado por los químicos
Edward Abraham y Ernst Chain al policía Albert Alexander, víctima de una
septicemia causada al herirse en el rostro con las espinas de un rosal. Tras el
éxito inicial, con la mejoría pasajera del paciente, finalmente éste falleció
ante la escasez de nuevas y suficientes dosis.
Los medicamentos para
uso humano continúan probándose previamente en animales de laboratorio. En la
época de Fleming sucedía lo mismo. Su doble fortuna no se refiere únicamente al
hallazgo casual del antibiótico. La escasez de cobayas en el laboratorio obligó
a que Fleming probara su novedosa sustancia con ratas. Si hubiera dispuesto de
suficientes conejillos de indias probablemente la penicilina habría caído en el
pozo del olvido, pues estos sufridos roedores suelen ser alérgicos a los
antibióticos y éstos medicamentos tóxicos para ellos. Casi un siglo después, 33
millones de prójimos necesitan diariamente inyecciones de penicilina para
tratar sus enfermedades.
La fiebre reumática, una patología prácticamente
erradicada en nuestro entorno, continúa representando un importante problema de
salud en muchos países, especialmente entre las clases más necesitadas. Todo
comienza con una simple infección de garganta, provocada por una bacteria del
género estreptococo. Si no se trata adecuadamente con penicilina, puede
diseminarse por el organismo invadiendo el corazón y dañando las válvulas
cardíacas. Así está ocurriendo, por ejemplo en la República Sudafricana.
La rotura de stock de este antibiótico también está
afectando a Estados Unidos, Canadá, Portugal, Francia y Brasil. La culpa la
tiene otra enfermedad infecciosa, la sífilis. El único antibiótico efectivo
para tratar la sífilis fetal es la penicilina. A nivel mundial, sólo 4
compañías elaboran penicilina como principio activo. Al ser un artículo que
genera escasos beneficios, su producción se mantiene en niveles bajos. Y es que
en pleno siglo XXI, millones de personas siguen siendo tan infortunadas como
aquel policía londinense que se hirió en la cara con un rosal.
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