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02 noviembre 2010

LA CASA DE LOS LÍOS



Cuando existe demasiado alboroto y magno es el desorden, jaula de grillos elevada a la enésima potencia, cuando escuchar al que nos habla se convierte en una tarea imposible, cuando la escandalera es mayúscula, cuando no hay lugar para el sosiego ni manera de ponerse de acuerdo porque el caos y la anarquía campan a sus anchas, se dice que hemos alquilado un cuarto en el ala más tenebrosa de la casa de los líos. El muy procaz Aloysius es más partidario de otros términos, como A Casa da Collona, que así también se llama un restaurante en Pontevedra, o la Casa de la Troya, aludiendo a la inefable novela de Alejandro Pérez Lugín ambientada en Compostela antes de que la ciudad se convirtiera en Santiago.

Esta crisis económica que nunca existió, aquella que luego hizo germinar tímidos brotes verdes, la que ahora aprieta inmisericorde gargantas y cinturones en la madre patria, ha servido para provocar un ejercicio de reflexión generalizado. El toque de atención nos ha sido dado, por manirrotos y espléndidos. Ahora hay que ahorrar, como sea, de donde sea. Todas las miradas se han vuelto hacia la sanidad, y el sarampión de la austeridad se ceba en el gasto sanitario. 

Alfredo Aycart alertaba desde las páginas de ABC: el SERGAS invertirá este año 1000 millones de euros en medicinas. Un despelote. Farmaindustria está de uñas. Los recortes en la factura farmacéutica también provocan brotes: ahorro para las administraciones y EREs, cierres y despidos en las fábricas de los medicamentos. Unos cuantos miles de prójimos a la calle, a engrosar todavía más las cifras del paro. Daños colaterales, que dicen los entendidos. Los laboratorios amenazan con dejar de investigar, güelfos contra gibelinos, los fabricantes de genéricos avisan que no pueden rebajar ya más sus productos. Los negros cuervos del copago siguen revoloteando sobre nuestras cabezas mientras algunas administraciones autonómicas sanitarias han suspendido pagos. Los catálogos de financiación son materia de disputa entre nuestros representantes políticos, pero a muy pocos parece importarles lo que cuesta un ingreso hospitalario, un parto, una prótesis de cadera, un trasplante, un ciclo de quimioterapia o el tratamiento con inmunosupresores, o la bondad de la hospitalización a domicilio.

Las miradas inquisidoras, desorientadas, miran hacia un lado y luego al otro. Los médicos, esos sujetos peligrosos que recetan a destajo, los farmacéuticos, filibusteros dispuestos a todo para mantener sus ganancias, los laboratorios, que en lugar de investigar y fabricar gratuitamente como si fueran ONGs, no paran de engrosar sus cuentas de dividendos… Y mientras tanto, sigue creciendo el ruido de fondo. 

Me pregunto ¿cómo consiguen sobrevivir los paisanos de otros países de nuestro entorno sin el todo gratis y el café para todos? ¿Nos hemos planteado realmente mejorar nuestro modelo para que sea más eficiente, equitativo y solidario con los que más lo necesitan? ¿Para cuándo un gran pacto de estado para la sanidad? ¿Es tan difícil que se pongan de acuerdo los representantes autonómicos y del Ministerio de Sanidad dentro del Consejo Interterritorial en todas estas cuestiones? ¡Qué alguien ponga paz, cordura y sentidiño!



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