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25 noviembre 2010

UNA ENFERMEDAD SOCIAL



ANA ORANTES: su muerte despertó nuestras conciencias...


Con motivo de la celebración del Día Internacional contra la Violencia Machista, un circunspecto Aloysius me preguntaba si esta lacra podría entenderse como una patología social, en el sentido de que las sociedades se enferman a la par que los individuos que las conforman. Desde luego, una cuestión difícil de responder. Traté de explicarle aquel lúcido concepto de enfermedad definido por Georges Canguilhem, el filósofo francés especializado en la historia de la ciencia, donde la salud representaría un superávit de recursos capaz de permitirle a un ser vivo responder a las infidelidades del medio ambiente. Consecuentemente, la enfermedad y la muerte sobrevendrían cuando los recursos fueran insuficientes y las exigencias del medio se modificasen o se incrementasen.


Siguiendo este original postulado, una mujer maltratada ha ido perdiendo progresivamente su capital de salud a manos de su castigador. En palabras del fiscal Julián Pardinas, estas mujeres se van convirtiendo en invisibles, tratando desesperadamente de desaparecer del escenario de la tragedia, buscando un refugio, tantas veces inexistente en un hogar y una familia antaño seguros. Pero no son ella, sino precisamente sus verdugos quienes dilapidan intencionadamente la vitalidad de sus parejas, construyendo tamaña ignominia a base de desprecio, insultos, vejaciones, golpes y palizas. Así entraríamos de lleno en la segunda parte de la definición de Canguilhem, pues a la falta de recursos se une ahora un medio tremendamente hostil. Lo que un día fuera amor, respeto y protección se transforma en el más terrorífico de los desamparos.


Una sociedad está enferma cuando no se enfrenta con energía contra esta plaga. En España, en lo que va de año, 64 mujeres han muerto a manos de sus parejas, una cifra que supera ya las aciagas estadísticas del pasado año. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la violencia machista representaría la primera causa de mortalidad a nivel planetario en las mujeres con edades comprendidas entre los 15 y los 35 años, por encima de las guerras y el cáncer, por ejemplo.


Para combatir las enfermedades debemos esmerarnos en la prevención, en el diagnóstico precoz y en la efectividad del tratamiento. Para que nuestra sociedad sea más sana, hay que esforzarse en educar a nuestros jóvenes en la igualdad y en el respeto. Los profesionales (médicos, enfermería, trabajadores sociales) deberían disponer de tiempo y medios necesarios para detectar a tiempo todo tipo de agresiones físicas y psicológicas que cualquier mujer padezca en de su ámbito doméstico.


Y además, la justicia debe ser dotada de los instrumentos eficaces para castigar y para rehabilitar a los maltratadores. Desde luego, dejar de celebrar este tipo de días internacionales sería una gran noticia. 

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