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11 noviembre 2010

SOBRE MI CADÁVER



Esta mañana, al abrir el correo electrónico, me he topado con un mensaje que el industrioso Aloysius me envió de madrugada. Parece que por fin le ha encontrado una utilidad a su pertinaz insomnio. Me contaba que se despertó sobresaltado por una pesadilla, algo relacionado con la inmortalidad, con la catalepsia y el día de difuntos, un relato confuso y deshilvanado, vanos recuerdos que se esfuman nada más despertar.

Amablemente, le he recomendado que vigile su alimentación y que no se acueste inmediatamente después de cenar. Así su descanso será placentero y su soñar más ameno. Ya conocen el refrán: después de una comida una buena siesta y después de una cena una buena fiesta, o algo así.

Y para conjurar la desazón de sus preocupaciones sobre el futuro y la eternidad le he enviado un recorte de prensa que recientemente ha atraido mi atención. Se trata de una serie de posibles usos para nuestro cuerpo cuando se haya convertido en un cadáver, propuestas tan dispares como convertirnos en crash test dummies humanos, esos indefensos maniquíes que la industria automovilística mete en sus coches para chocarlos contra un muro a toda velocidad, o donar nuestros restos a una universidad para que los estudiantes aprendan anatomía y los futuros médicos puedan perfeccionar su técnica; al fin y al cabo, aprendemos más de los muertos que de los vivos. En esta línea se situaría también el legado de nuestro esqueleto o de nuestros miembros para su exhibición en museos científicos, convirtiéndonos en los dignos sustitutos del Negro de Banyoles, o ofertar nuestros despojos para que viajen ad perpetuam en las giras internacionales del Body Words, eso sí, convenientemente plastinados según las mañas del científico y artista alemán Gunther von Hagens, fuera fluidos y grasas, bien rellenitos de caucho de silicona a modo de vistosas momias despellejadas o descarnadas esculturas del progreso y la modernidad.


Una curiosidad: en 1977 Von Hagens dio a conocer en Heidelberg la técnica de la plastinación...

Otra alternativa sería descansar en una granja de cuerpos, donde los expertos y los estudiantes observan las fases de descomposición de los cadáveres para luego auxiliar a los antropólogos y a los forenses en sus estudios e investigaciones.

Yo sigo pensando que lo más útil, altruista, solidario, o como se quiera llamar, es la donación de nuestros órganos y tejidos para que puedan salvar las vidas de unos cuantos prójimos después de nuestra muerte. Así se lo he propuesto a Aloysius mientras ensalzo una vez más la efectividad de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) española, modelo a seguir por muchos otros países, embarcada ahora en la fascinante alternativa de los trasplantes en cadena, una suerte de sucesión de favores, un consorcio de buenos samaritanos que podría mejorar de manera exponencial los resultados de este tipo de tratamiento. No lo olvide, ante la tentación de disecarse o esqueletizarse, sea generoso, done sus órganos. A buen seguro que alguien se lo agradecerá. Y mucho.



Y por cierto, ya que hablamos de trasplantes...

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