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31 agosto 2012

RESTRICCIÓN CALÓRICA




La revista Nature acaba de publicar los resultados de un experimento que ponen en solfa una de las tesis fundamentales de la denominada restricción calórica: limitar la ingesta energética de la dieta retrasa el envejecimiento. Sostiene Aloysius que se han comunicado evidencias de este tipo en la literatura científica en primates, ratas, ratones y arañas; también en la inefable mosca del vinagre (o de la fruta), y en nemátodos, gusanos redondos alguno de los cuales poseen nombres tan rimbombantes como Caernohabditis elegans.

Aunque millones de años nos separan de nuestros antecesores, nuestros genes conservan en su memoria algunas causas de las enfermedades de la opulencia, como por ejemplo la obesidad. Imaginémonos un pequeño grupo de homínidos nómadas, actualmente ya extintos, que en su constante deambular se encontraron con un bosque repleto de fruta madura. Su experiencia les había enseñado a ingerir toda la cantidad de alimento que pudieran. Poseían genes encargados de conservar tal exceso de calorías en forma de grasa. Cuando llegaran los períodos de escasez y hambre, esas reservas podrían movilizarse para obtener energía y así garantizar su supervivencia. 

No resulta complicado entender que los individuos mejor dotados genéticamente para dicha función de almacenamiento tendrían mayores posibilidades de reproducirse, para traspasar aquel legado a sus descendientes, y para alcanzar edades más avanzadas. El equilibrio necesario entre el hartazgo y el sobrepeso estaba determinado por la regularidad del ejercicio físico que desarrollaban por aquellos prójimos en su permanente vagar. 

El problema surge en nuestros días. Los herederos de aquellos genes ahorradores intentan progresar ahora inmersos en la abundancia alimentaria con un modus vivendi sedentario. Habíamos entendido que la genética, la buena alimentación y el ejercicio físico avalaban la vejez de nuestros antepasados, obviando la mortalidad provocada por las enfermedades infecciosas y los frecuente traumatismos físicos, accidentales o por las contiendas.

Volviendo al caso que nos ocupa, el estudio fue diseñado 30 años atrás por el gerontólogo Don Ingram, de la Universidad Estatal de Louisiana, mientras trabajaba en el Instituto Nacional del Envejecimiento de Bethesda (Maryland). En 2009, un estudio previo realizado en Wisconsin en un centro específico de primates concluyó que los macacos alimentados con una dieta de restricción calórica habían alcanzado edades más avanzadas que aquellos otros pertenecientes al grupo control. 

La comparación entre ambos estudios ha revelado la importancia de una dieta saludable, incluyendo ácidos grasos esenciales y antioxidantes, más que la mera restricción calórica. Además, los macacos del grupo control de Wisconsin pudieron alimentarse descontroladamente. La polémica está servida. Como la evidencia genética está ahí, harán falta más investigaciones para ver cómo influye la alimentación en la longevidad del ser humano. Por cierto, los chimpancés no montan demasiado follón cuando entre ellos se roban la comida. Los primates humanos sí.


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