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07 septiembre 2012

DIFERENCIAS




La otra tarde me comentaba Aloysius su afición por ciertos libros de corte sensacionalista como “Todo lo que usted quiso saber para hacerse millonario y nunca se atrevió a preguntar” o “Adelgace usted ahora o engorde para siempre”.

Ha escogido estos temas para escribir su tesis y obtener su esperado doctorado en antropología. En algunas ocasiones, libros de este tipo encuentran su alojamiento en las estanterías pobladas con otros títulos que banalizan, por ejemplo, las supuestas diferencias existentes entre el cerebro de la mujer y el hombre. Algunos graciosos, presumiendo de ocurrentes, se han especializado incluso en esta suerte de chascarrillos y tratan de animar así el café y los postres en algunas cenas de pretendida camaradería.

En 1995, la nada sospechosa revista Science publicó un artículo sobre las diferencias sexuales en el metabolismo cerebral de la glucosa en estado de reposo. Ahí es nada. Mediante tomografía de emisión de positrones, los investigadores detectaron varias desigualdades entre mujeres y hombres en determinadas áreas cerebrales. Concluyeron que éstas podrían justificar determinadas disparidades en el procesamiento de las emociones.

Ese mismo año, la revista Nature publicaba las diferencias sexuales para el lenguaje en la organización funcional del cerebro. Mediante resonancia magnética, estudiaron las reacciones de 19 mujeres y hombres jóvenes mientras realizaban pruebas ortográficas, fonográficas y semánticas. Detectaron procesos específicos para el lenguaje, con marcadas diferencias entre ambos sexos, y las relacionaron con patrones de organización funcional cerebral también diferentes.

Pues bien. Un reciente estudio realizado por Israel Abramov y su equipo en la Universidad de Nueva York acaba de concluir que hombres y mujeres ven el mundo de diferente manera. Los resultados han sido publicados en la revista Biology of Sex Differences, y aunque esta deducción pudiera resultar baladí, han demostrado que el ojo femenino tiene una mayor capacidad para distinguir entre el tono de los colores. Esta facultad viene determinada evolutivamente, pues las hembras de nuestros primitivos antecesores desarrollaron tal habilidad durante miles de años de dedicación a las labores recolectoras.

Esta claro que las estructuras oculares son idénticas en ambos sexos. Pero los hombres han desarrollado una mayor capacidad para percibir movimientos rápidos. La justificación está en la cantidad de los andrógenos y de sus receptores cerebrales. Durante la formación del embrión, las hormonas masculinas son responsables del control del desarrollo neuronal en la corteza cerebral. Y de nuevo nos topamos con la evolución, pues probablemente esta diferencia justifique la mayor especialización de nuestros ancestros masculinos en las tareas cinegéticas. La vía de investigación permanece abierta. Alguno seguirá empeñado en distinguir entre el sexo cerebral y el cerebro sexual. Desde aquí le deseamos mucha suerte.




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