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12 septiembre 2012

DIFICIL SUPERVIVENCIA




El tiempo consume al tiempo. Avanza septiembre y las calles pronto volverán a poblarse con el bullicio de los niños que van y vienen de la escuela. La emoción que provoca el reencuentro con los compañeros de pupitre se convierte en el antídoto balsámico ideal contra la nostalgia por las vacaciones estivales.

La otra tarde, el consternado Aloysius me telefoneó para comentarme que acababa de ver en la televisión una de esas llamadas películas de culto. Confluencia accidental entre la programación de relleno veraniega y las casualidades del zapping, se trataba de “Dirkie” (James Uys, 1970), película sudafricana filmada en el inhóspito desierto de Kalahari. 

El protagonista es un pequeño de 8 años que sobrevive a un accidente de aviación. Acompañado por su inseparable perrita, una entrañable terrier que incluso decide parir a su camada en medio de la aventura, durante dos semanas el niño vaga extraviado entre las dunas ocres y escarlata alimentándose de huevos de pájaro y bebiendo el agua tan escasa que recoge de algún charco solitario.

Mi atribulado amigo se preguntaba si desde el punto de vista médico podría resultar posible subsistir en semejantes condiciones, durante todo ese tiempo, en un medio tan extremadamente hostil. El Kalahari es muy árido en su área suroriental, donde recibe menos de 175 m3 de lluvia al año. Por el día, su temperatura oscila entre los 20 y los 40º C, pero por la noche puede descender hasta los 0º C, lesivas para un chico que deambula cargado con una maleta y un bolso de tela donde apenas recoge un agua a todas luces no potable. Y por si fuera poco, una hiena les persigue obcecada, acosándolos hasta la extenuación.

En este drama, la guinda del pastel la ponen un escorpión y una serpiente. La mayoría de los escorpiones resultan venenosos para el ser humano y los expertos recomiendan la atención médica inmediata ante cualquier picadura. Respecto a la serpiente, Dirkie es atacado por una cobra escupidora, probablemente una Naja anchietae, una Naja nivea o una Naja annulifera, por tratarse de géneros abundantes en aquella geografía.

El veneno de estas cobras tiene un componente neurotóxico, que causa parálisis y puede resultar letal. También contiene unas toxinas de potente efecto anticoagulante. Pero, aunque no muerdan a su víctima, el veneno escupido se comporta como un poderoso irritante. Si alcanza el ojo, como en el caso de nuestro protagonista, provoca un ardor intenso y una ceguera temporal, que puede incluso resultar permanente si no se limpia a fondo inmediatamente.

Alfred Hitchcock sostenía que el cine no es un trozo de vida, sino un pedazo de un pastel. También decía que el cine son 400 butacas que llenar. Apaciguo a mi querido amigo con el final feliz, para el niño y para su perrita, de esta extraña película. Y quedamos emplazados para estudiar otro día, desde el punto de vista traumatológico, cómo es posible que el oficial John McClane (Bruce Willis), de la policía de Nueva York, hubiera salido sano y salvo de “La jungla de Cristal” (John McTiernan, 1988).

1 comentario:

Jon Alonso dijo...

Amigo, Aloysius. Recuerdo este film, vagamente de verlo en un cine de reestreno, pero era muy “pequeñito”. Después de leer atentamente tu reseña. Volveré a verlo y de paso, aprovecharé para hacerlo con mi hermana y su hija (mi sobrina que está en fase adolescente). Creo denotar pulsiones Fordianas y aromas Hitchcockrianos. En fin, un placer visitar tu blog. Abrazos