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04 enero 2017

DE CANTANTES Y DESINFECTANTES



Menuda polvareda la que ha levantado en estos días el popular cantante británico Robbie Williams por limpiarse las manos con un desinfectante después de tocar y ser tocado por sus admiradores enfervorecidos en uno de sus conciertos. No es el primer caso de un famoso que comete este error en público. El desaparecido Michael Jackson solía cubrir sus manos con unos sempiternos guantes para evitar el roce con sus semejantes, portadores de microbios y virus capaces de minar su salud y acabar con su vida. Cruel paradoja, pues el final de sus días vino marcado por una sobredosis de fármacos. Dicen que el millonario Howard Hugues tenía la misma manía.

El temor de la humanidad a las enfermedades infecciosas es ancestral. No en vano terribles plagas de enfermedades contagiosas diezmaron a la especie humana en el pasado. Gripe, peste, difteria… son los nombres de algunas de las más mortíferas. Los virus y las bacterias habitan este planeta mucho antes de nosotros, los humanos, una suerte de error evolutivo, pues ninguna especie conocida hasta el momento ha conseguido sobrevivir esquilmando su medio ambiente. Nosotros sí, por el momento. Pero en pleno siglo XXI seguimos aterrorizados ante la simple idea de una nueva pandemia. El último susto lo vivimos con el virus del Ébola, para el que en un tiempo récord ya se ha encontrado una vacuna efectiva.

Muchas epidemias históricas se iniciaron por el contacto íntimo con los afectados. Aquellos besamanos del pasado a las autoridades, los santos o sus reliquias pudieron ser tan nocivos y contagiosos como las plagas de ratas y pulgas. Enfermedades infecciosas gastrointestinales, como la fiebre tifoidea y demás patologías diarreicas, se propagaban gracias a una mala higiene de las manos una vez saciadas nuestras necesidades más básicas, entiéndase la evacuación de heces y orina. Y qué decir de las enfermedades de transmisión sexual, saltando de un individuo a otro según la frecuencia y la intensidad de sus intercambios carnales, sin la debida protección.

Portamos, respiramos, comemos y excretamos virus y bacterias, por millones. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS), ante el miedo a la dispersión de las gripes aviar y porcina, recomendaba especial esmero en la higiene, limitando al máximo expresiones cariñosas como besos, palmaditas, abrazos y apretones de manos. Hospitales y centros de salud se dotaron de envases con potentes líquidos desinfectantes. Entonces no resulta de recibo tanto escándalo el montado por el señor Williams y su antiséptico de manos. Dicen las malas lenguas que lo utiliza hasta con su esposa. Allá él. Limpiarse las manos después de un saludo a veces puede resultar un acto reflejo. Y si no que le pregunten a Pedro Sánchez. Él lo hizo, sin mala intención, después de darles la mano a una familia de color. No tardaron en machacarlo acusándolo de racista.

Sin exagerar y caer en el ridículo o en la paranoia, es importante recordar que existe una infinidad de agentes patógenos que se transmiten por el contacto, desde los intestinales (el demoledor Clostridium difficile o la extendida Escherichia coli), pasando por los típicos de los portadores de pañales (niños y ancianos), así como otros causantes de infecciones cutáneas altamente contagiosas, virus de tipo herpes, impétigos, conjuntivitis, enfermedades hemorrágicas virales (como el Ébola) y otras tan impopulares como piojos, sarna y ladillas. Seamos pues un poco más condescendientes con el señor Robbie Williams.

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