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22 mayo 2006

NOUVELLE CUISINE


Una de mis entretenimientos favoritos consiste en brujulear por las tiendas de discos y por las librerías de segunda mano en la búsqueda de curiosidades. Confieso que de esta manera he conseguido notables piezas de coleccionista. A veces tampoco hace falta visitar rastros de objetos inservibles porque los modernos centros comerciales y los grandes supermercados me sorprenden gratamente con alguna ganga en sus departamentos de saldos. La otra tarde sin ir más lejos me entretuve a ojear un gran cajón repleto de DVD de ocasión. Allí encontré un baratísimo ejemplar de sesión doble con “La tienda de los horrores”, tosca e ingeniosa obra de serie B dirigida en 1960 por Roger Corman y que presenta a un bisoño Jack Nicholson con una cara de loco que acojona, y “La última vez que vi París” (1954) de Richard Brooks, protagonizada por una bellísima Elisabeth Taylor de mirada color topacio imperial.

Precisamente entre la galería de chalados que capitaneaba Jack Nicholson en el filme de Corman destaca un tal Burson Fouch, excéntrico cliente habitual de las floristerías al que le encantaba comer flores. En estos días he visto en las noticias de TV unas secuencias sobre una feria gastronómica en la que los innovadores de la cocina proponían comer flores. La verdad es que las cajitas de plástico en la que se ofertaban estos regalos de la naturaleza se veían la mar de apetecibles. Lo cierto es que para los profanos en la materia como yo nos sorprenderá conocer que las flores han sido empleadas desde tiempo inmemorial en la cocina de las culturas indú, griega y romana, por ejemplo. Sus llamativos colores y sugestivos aromas parecen despertar los sentidos más vívidos de los comensales. Pétalos de rosa recién cortados (¿tal vez fue en Túnez donde probé un sorbete de pétalos de rosa?), violetas, jazmines, caléndulas, capuchinas, flores de azahar, magnolias, mejorana, hierba luisa o hierbabuena forman parte de un completo arsenal al servicio del creador culinario más atrevido.

En la cocina con las flores los expertos recomiendan las mismas precauciones que se toman con las setas, pues igualmente existen ejemplares comestibles y tóxicos. Acabo de leer en un blog de la web las experiencias de Carlos Meribona con flores comestibles tailandesas en el restaurante “Thai Gardens” de Barcelona: tempura de flor de calabacín y orquídeas, ensalada de pétalos de rosa con salsa de lima, caldo suave de flor de plátano con leche de coco o ensalada de la flor del dok kem (rauwolfia serpentine) rebozada con jengibre. Por cierto, existe un fármaco antihipertensivo que ha sido ampliamente utilizado llamado reserpina derivado de este mismo arbusto.

Mientras los poetas nos alertan que comer flores es un pecado mortal, porque es como comerse las estrellas o devorar rodajas de luz de luna, está claro que sobre el comer no existen límites. Sólo hay que esperar sentado hasta que una tendencia se ponga de moda: ¿comeremos normalmente en un futuro no muy lejano sabrosos insectos y larvas aderezados con los más exquisitos aderezos?; ¿dejaremos alguna vez de zamparnos a todos esos animales que tienen la desgracia de compartir con nosotros este ofuscado planeta? 


Releeré al malogrado antropólogo Marvin Harris a ver si encuentro las respuestas adecuadas.

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