Para terciar en la porfía, sostiene el especulativo Aloysius que la Psiquiatría es la más joven de las especialidades médicas. Diversas corrientes teóricas, desde el psicoanálisis a la antipsiquiatría, pasando por los catálogos de enfermedades (tipo CIE o DSM) han podido contribuir a cierta indefinición pragmática. Se defiende a capa y espada que el acceso a la estructura y funcionamiento cerebral no resulta técnicamente sencillo. Y por último, como el ecuánime Rey Salomón, tampoco se convierte en el valedor de las corrientes puramente genetistas y hereditarias, pues el influjo del medio ambiente en la salud y en la enfermedad humanas resulta indudable.
Postula mi inquietante amigo que, a partir de ahora, busquemos la respuesta en el embalaje, en el envoltorio de nuestros genes, en lo que los expertos denominan epigenética; en otras palabras, en los cambios reversibles de nuestro ADN que hacen que unos genes se expresen o no, según las influencias del medio ambiente. Los cromosomas, esos bastoncillos fundamentales en los que se almacena la mayor parte de nuestra información genética, en cierta manera estarían cubiertos por la denominada capa epigenética, una estructura crucial para el desarrollo de determinadas enfermedades causadas por mutaciones, como por ejemplo algunos cánceres, ciertas enfermedades mentales (esquizofrenia), implicada también en el crecimiento, en el envejecimiento y en las sutiles diferencias entre gemelos idénticos.
Existe en el Japón un arte tradicional del empaquetado. Se llama Otsutsumi. No es que desde estas líneas estemos proponiendo que se le preste más atención al continente que al contenido, pero en medicina, como en tantas otras cosas de la vida, todavía nos queda mucho que aprender. Y no olvidemos que el envoltorio, si es coqueto, siempre ha mejorado el regalo.