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03 noviembre 2012

EL DOLOR




Sostiene el ontológico Aloysius que los humanos empleamos habitualmente muchas palabras que terminan en “or” de las que conocemos perfectamente su significado, pero que nos plantean serias dificultades a la hora de definirlas. Por poner un ejemplo, todo el mundo habla del Amor, incluso los que nunca han estado enamorados, pero la condición de haberlo estado no mejora la capacidad de definición de aquellos que un día fueron heridos por los dardos de Cupido. En otras palabras, nos cuesta definir todo aquello que tiene difícil cuantificación.

A pesar de los poetas, algunos magníficos notarios del Amor, no podemos determinar el porcentaje de afecto que sentimos por la mujer o por el hombre amado; tampoco podemos comparar la intensidad de nuestro sentimiento con el del prójimo que tenemos al lado, ni nuestras tasas de enamoramiento. Y cuando juramos amor eterno, lo hacemos a sabiendas que tanto el ser que ama como el amado llevan en sus cuerpos la indeleble marca de la caducidad del tiempo. ¿Qué hubiera sido del perenne amor de Romeo y Julieta si la desventura suicida no se hubiera cruzado en su camino? ¿Acaso seguirían siendo en su senectud amantes dichosos que comían las infelices perdices abundantes entonces en la campiña de Verona?

Algo similar ocurre con el Dolor, un tormento que frecuentemente ha nutrido la inspiración de aedos, vates y rapsodas. Desde el punto de vista patológico, el dolor es una sensación compleja y subjetiva, pues cada quien lo percibe y sufre de distinta manera. Por si fuera poco, en el mismo individuo, nada tiene que ver un dolor de agudo, por ejemplo de oídos o de muelas, con otro tipo de dolor intenso y urgente de tipo visceral, como un cólico nefrítico. Y mucho menos con dolores crónicos, sordos, menos intensos pero no por ello más tolerables debido a su duración. 

Un estudio publicado recientemente en el European Journal of Pain afirma haber encontrado la influencia del sexo y de la raza en la tolerancia al dolor. Las investigaciones se han llevado a cabo en la Universidad Metropolitana de Leeds por el equipo del Dr. Osama Tashani. Participaron en el mismo 200 voluntarios durante un periodo de dos años. En líneas generales, los hombres demostraron una mayor tolerancia al dolor que las mujeres. La mayor sensibilidad femenina se ha sido explicado como en otras ocasiones, debido a causas hormonales y socioculturales. Los estrógenos incrementan los niveles de alerta y de actividad del sistema nervioso, y por lo tanto influyen en la transmisión del dolor. Por su parte, la testosterona masculina incrementa el umbral de tolerancia al dolor. Sin embargo, el dolor del parto sería más soportable para las madres debido al efecto de las endorfinas, sustancias analgésicas muy potentes fabricadas por el propio organismo. Respecto a las condiciones étnicas, los británicos de raza blanca presentaron una mayor sensibilidad al dolor que los voluntarios libios participantes en el ensayo. 

Podemos preguntarnos: ¿hasta dónde ha influido la genética y hasta dónde la cultura de cada grupo? Mientras Aloysius busca una Aspirina ® para su dolor de cabeza, ambos seguimos pensando que todavía quedan pendientes cuestiones muy interesantes para seguir investigando.

1 comentario:

Jon Alonso dijo...

Y yo me pregunto. ¿dónde está la alquimia al dolor neuropático? Si nos duele la cabeza tomamos una aspirina o paracetamol y todo solucionado. Pero cuando duelen ciatrices de 40 centímetros repletas de queloides.Y la sensación es lo más parecido a unas agujas de ganchillo penetrandote. No hay morfina ni sucedano de la serotonina que lo quite. Eso es dolor, el dolor de los extraños. Es la condena de los silentes. Un cordial saludo