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31 enero 2007

LA SALITA


Imagen de bman ojel (Jakarta, Indonesia)

Frente al "atomismo monista" de Bradley (concepción idealista del mundo), donde todo hecho que existe se relaciona con el Universo formando un todo interdependiente, Russell y Wittgenstein postulan el "atomismo lógico", donde cada hecho puede ser conocido independientemente de los demás. Por ello, el mundo posee la estructura de la lógica matemática. Ahora apliquemos estas dos ideas a la vida del día a día.

La salita de espera mediría unos diez metros cuadrados. La pared más ancha miraba al norte y estaba completamente desnuda. La de enfrente, sobresaliendo unos diez centímetros de la vertical, tenía colgado a media altura un cuadro de seguridad donde se guardaban el extintor y la manguera contra incendios. Algún muchacho de mantenimiento había colocado una fila de asientos anaranjados justo debajo. Si alguien se sentaba despistado, podía darse un buen coscorrón contra el saliente del cuadro.

El Sr. Rosadito se acomodó cuidadosamente en el extremo derecho del banco. La Sra. Crujiente aguardaba paciente su turno sentada a su lado. Los demás asientos estaban vacíos. El Sr. Bolas de Fullereno y el Sr. Preñamoscas prefirieron permanecer de pie. Cosa rara, nadie hablaba en la sala de espera. Aún era demasiado temprano.

Con cierto esfuerzo, empujé el ala izquierda de la puerta de cristal que servía de separación entre el final del pasillo y la salita de espera.

- Buenos días – dije cortésmente. Nadie me devolvió el saludo.

Pulsé el botón de llamada del ascensor, que comenzó a descender desde el décimo piso. El Sr. Rosadito abrió la boca como bostezando y dijo:

- ¿A quién se le ocurriría poner estos asientos debajo del cuadro de seguridad?; ¿es que no se dan cuenta que alguien puede golpearse en la cabeza si no se fija bien al sentarse?

Todos los demás asintieron; unos con un tenue murmullo, otros inclinando su pesada cabeza con un gesto afirmativo.

Con la mirada busqué la complicidad del Sr. Bolas de Fullereno y del Sr. Preñamoscas, que parecían más sanos o más jóvenes, y dije:

- La fila de asientos no está atornillada al suelo. Si ustedes quieren, podemos moverla hacia una de las paredes laterales, donde a nadie molesta.

El Sr. Bolas de Fullereno se hurgó en los bolsillos de la chaqueta, como si tratara de hacerse cosquillas. El Sr. Preñamoscas sonrió y se puso a carraspear nerviosamente dando saltitos en la punta de los pies. La Sra. Crujiente siguió sentada, aguardando sin mediar palabra, pensando muy absorta: “a otra cosa, mariposa”.

El Sr. Rosadito apuntó, como excusándose:

- Mejor dejémosla así.

Entre tanto, llegó el ascensor. Abrí la puerta y me metí en él.

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