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16 enero 2007

TURISMO MACABRO

IMAGEN: "BLUE DEAD" de CHRISTOF WITTWER

Las palabras y las acciones no existen hasta que alguien inventa el nombre adecuado para ellas. El concepto intangible abunda desde siempre en el limbo, perdido, gaseoso e insustancial. Flota libre y etéreo en el mundo filosófico de las ideas, y se encarna realmente en el lenguaje en el preciso instante donde el término es bautizado.
Este fenómeno acaba de ocurrir en la dinámica lengua de Shakespeare con la invención de la palabra “grief tourism”, algo así como turismo de duelo, de pesar, pero también turismo de morbo, una manera de viajar a las escenas donde ocurrieron tragedias o desastres. Corría el año 2002, cuando esta definición saltó a la palestra en los medios de comunicación británicos para describir un singular fenómeno: en la pequeña ciudad inglesa de Soham, tras resolverse el brutal asesinato de dos niñas (Holly Wells y Jessica Chapman) a manos de su monitor escolar, los visitantes empezaron a pulular como enjambre por calles y plazas portando presentes y flores.
Este lúgubre flujo no ha cesado desde entonces. Una situación similar fue vivida en los EEUU tras los trágicos atentados de las Torres Gemelas. Incluso allí pueden adquirirse hoy en día recuerdos de la hecatombe en los puestos instalados a lo largo y ancho de la llamada Zona Cero. Los chismosos establecen un precedente, el turismo de luto, iniciado al morir Lady Di junto a Dodi Al - Fayed en aquel desafortunado accidente de tráfico ocurrido en el parisino túnel de l´Alma.
Pues miren ustedes por donde (¡y yo sin enterarme) resulta que he estado practicando turismo macabro sin saberlo. Lo hice cuando inspeccioné las ruinas del campo de concentración de Treblinka en Polonia. Todavía mantengo vívido el recuerdo del silencio espectral, de la hierba alta sin segar y de las picaduras de los mosquitos.
Practiqué tanatoturismo en el cementerio parisino de Pére Lachaise, al tomarme una cerveza y al cantar “Light my Fire” sentado sobre la tumba de Jim Morrison.
Reincidí en Toledo y en Florencia, al visitar aterrorizado el Museo de las Torturas, sobrecogido ante tanta refinada maldad como la que el ser humano es capaz de desarrollar en las noches más tétricas de su alma.
Precisamente en la capital de la Toscana, derroché una mañana de verano copiando algunos epitafios de las lápidas en la Galleria dei Monumenti del Ochociento, donde conmovido descubrí el sepulcro de Aloysio Eustachio Polydori, médico, profesor de fisiología humana y medicina legal, y que no debemos confundir con John Polidori, el famoso médico y confidente de Lord Byron.
Queda pendiente para un futuro improbable alimentar mi morbo comiendo fresas ante el edificio Dakota de Nueva York, donde el enajenado Mark David Chapman puso fin a la vida de John Lennon. Anteriormente, en 1968, Roman Polanski había rodado en aquellas malditas estancias las escenas de “La semilla del diablo”.
Apuesto que, al igual que los turistas actuales recorren la clausurada prisión de Alcatraz o los despoblados gulags soviéticos en Siberia, algún día irán en peregrinación a la liquidada cárcel iraquí de Abu Ghraib o al abandonado macrocentro de detención de los islamistas radicales en Guantánamo. En Cuba, además podrían aprovechar por el mismo precio la visita y pasear por las prisiones castristas, cerradas definitivamente por la democracia que habrá de venir.
En España, de momento, ningún avispado ha establecido rutas de turismo de duelo, aunque cualquier agencia de viajes podría oportunista ponerlo de moda (ya saben cómo somos de ultramodernos por estos pagos). De esta manera, darse un garbeo por el lugar donde ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco se me antoja similar a la actual visita a la casa de Ana Frank en Amsterdam. Y el recorrido de Madrid por la ruta de los trenes de la muerte del 11 – M comenzaría a las 8.15 de la mañana, la misma hora en la que la bomba atómica arrasó Hiroshima el 25 de julio de 1945. ¿Tendría el mismo morbo una gira por el Valle de los Caídos que buscar el horror por los helados páramos de Paracuellos del Jarama? Y todas estas visitas serían muy útiles si sirvieran para enviar a la papelera de reciclaje a todos los que tratan de imponer su razón mediante la dialéctica de las pistolas y de las bombas.

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