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21 enero 2007

ROSA VILA ALVAREZ. IN MEMORIAM

IMAGEN: Mylene Bressan (c)


Parece mentira y ha transcurrido ya un año. Y a pesar de tantas horas y minutos que habrían de ser balsámicos, todavía se me anuda la garganta y mi saliva se convierte en piedra al mirar tu sofá vacío, tu cama, de la que se fue desvaneciendo el último calor prendido de tus ropas convertidas en mortaja. Parece que te fuiste silenciosa y no te has ido, ni te irás por lo menos mientras vivamos alguno de los que tanto te quisimos, pues como cantaba aquel creador de “Ángeles sobre Roma”, “para morir, como dijo el anciano, basta sólo un ruidillo: el de otro corazón (¿mío, tuyo?) al callarse”.

Ya quisiera yo asomarme a la ventana para verte regresar de aquella iglesia que tanto te gustaba, con la primera flor hurtada a la primavera en tus manos. Ya quisiera yo volver a disponer de tu silencio cómplice para tapar nuestras travesuras. Ya quisiera reñirte por cruzar por donde no se debe, por trabajar demasiado, por no quejarte nunca del dolor o de la fatiga, o por no refugiarte covenientemente ni del frío, ni de la lluvia, ni del calor, que ninguno de ellos te espantaba. Tú, la que siempre escondía alguna brizna de caridad y de misericordia para obsequiar a los demás.

Para amortiguar mi pesar, aquellos tristísimos días de enero busqué el refugio en los que ya habían experimentado el dolor antes que yo, en los íntegros, en los valerosos, en los pacíficos, en los imperturbables. Y encontré cierto consuelo en aquellos versos que Ungaretti escribió bajo el nombre de Serenidad: “después de tanta niebla/ una a una se muestran las estrellas/ respiro el aire que me regala el color del cielo/ me reconozco imagen pasajera/ atrapado en un círculo inmortal”.

Dicen que cuando nos hacemos viejos de verdad, nuestra memoria se diluye como azúcar en agua caliente. El recuerdo de todo lo vivido se vuelve etéreo y vaporoso. Por despistados, un día nos olvidamos de respirar y nos quedamos dormidos para siempre. Tú, sin embargo, poseedora de una fuerza vital tan difícil de doblegar, seguro que nos reconocerás cuando volvamos a encontranos en el cielo. No me cabe la menor duda.

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