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06 octubre 2009

SOMOS LA LECHE



Por razones fisiológicas, y si me apuran también sociales y económicas, la gran mayoría de los médicos apoyamos que las madres amamanten a sus hijos. Los que así pensamos estamos de enhorabuena, pues desde hace unos años constatamos que las administraciones públicas suman sus esfuerzos a ese extenso movimiento denominado Semana Mundial de la Lactancia Materna. En Ourense, las actividades para esta concienciación popular se extenderán entre los días 5 y 15 de octubre de este año. Orgullosos reivindiquemos pues nuestra condición de mamíferos.

Y sin embargo, superada nuestra más tierna infancia, en el campo de la nutrición humana la controversia sobre la alimentación láctea sigue provocando acalorados debates. Sin ir más lejos, hasta el mismísimo Fernando Sánchez Dragó descargaba el otro día desde su columna habitual una feroz diatriba contra la leche y sus derivados. Hay quien todavía no entiende la afición humana por tan nutritivo fluído más allá de los primeros meses de vida. También responsabilizan a las proteínas de la leche de la aparición de múltiples alergias alimenticias. Y añaden que ciertos pescados (sardina y salmón), los frutos secos (avellanas y almendras) y las legumbres (soja, garbanzos y lentejas) son una fuente alternativa de calcio frente a la leche, el queso y los yogures.

Casualidades de la vida, el otro día recibía en mi correo electrónico esta fotografía de una joven madre amamantando simultáneamente a su pequeño y a una cría de mono en la India. Por algo en ese país veneran al dios simio Hánuman. Al día siguiente, los medios de comunicación revelaron el descubrimiento del esqueleto de ARDI, una hembra de Ardipithecus ramidus de unos 4.4 millones de años de antigüedad, un fósil de homínido todavía más antiguo que el de la Australopithecus popularmente conocida como LUCY, de 3.2 millones de edad. Ambas hembras vivieron y murieron en el territorio de la actual Etiopía, y sólo Dios sabe a cuánta prole hubieron de amamantar durante su corta existencia. Cuán imperdonable pecado cometemos al sustituir a una hermosa Eva de dorados cabellos, correteando feliz y desnuda por el Paraíso Terrenal, por una homínida peluda que recorría los eriales del Cuerno de África con un retoño simiesco pendiendo de sus macilentos senos.

La evolución alimentaria forma parte de nuestra propia transformación en especie, obligados desde el principio a crecer en este pernicioso planeta dotado de ingentes cantidades de agua y de una atmósfera enriquecida en oxígeno, pero colonizado a la vez por seres tan peligrosos como ciertos microbios y determinados prójimos o semejantes.

Y cuando el hambre aprieta, no es difícil imaginar cómo nuestros antepasados descubrieron el valor de un alimento tan barato y asequible. Paradojas de la vida, mientras millones de niños mueren de hambre cada día en el mundo, para reivindicar sus derechos los modernos granjeros de la Comunidad Europea se han visto obligados a regar los campos con sus excedentes lácteos. El mundo al revés, o como sostiene el furibundo Aloysius, somos la leche.

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